La Tierra es un planeta enfermo que ha entrado ya en la fase de complicaciones, y sequías o inundaciones son los primeros síntomas, advierten los expertos, para quienes las consecuencias no son solo medioambientales, sino también sanitarias.
Llegar a un acuerdo para contener el aumento de la temperatura a no más de dos grados centígrados de aquí a finales de siglo, tal y como se pretende en la conferencia del clima parisina, sobrepasa la dimensión meramente climática y repercute por tanto en la propia salud de los seres humanos.
En un panel dedicado en la Cumbre del Clima COP21 a la correlación entre un aspecto y otro, se dejó claro que, pese a la dificultad de establecer una relación causal directa, el alza de enfermedades respiratorias, cardiovasculares e incluso mentales está vinculada con la polución y fenómenos atmosféricos extremos.
Vincent-Henri Peuch, jefe de monitorización del programa europeo de observación espacial Copernicus, recalca: “Nuestro clima ya ha cambiado”, con casi un grado más de diferencia entre la temperatura media de principios del siglo XX y ahora, con lo que “estamos a más de la mitad de camino” de los objetivos pretendidos.
“Estamos expuestos los 365 días al año, no sólo cuando hay episodios de canícula, de polen o de frío”, indica Peuch, apoyado en informes como los de la Organización Mundial de la Salud, según los cuales la polución causa siete millones de muertes anuales.
El bioquímico Robert Barouki afirma que aunque algunos factores son directos, como la temperatura, la mayoría son indirectos, y la dosis a la que esté expuesta una persona es importante pero no lo explica todo porque depende también de la edad, género, contexto económico y social y grado de desarrollo del país.
“Es necesario un enfoque de la sanidad pública coherente, sabiendo que no todo son certezas”, añade el experto, para quien tomar medidas para reducir las partículas finas tiene efectos “muy a corto plazo, ni que sea en las urgencias en los hospitales”.
Esas mismas partículas, según François Boller, profesor de la Universidad George Washington estadounidense, pueden llegar al cerebro a través de las vías respiratorias y afectar a partes responsables de la labor cognitiva.
Y según el presidente de la consultora Spallian, Renaud Prouveur, los estudios demuestran una correlación directa entre el aumento de la temperatura, la exposición a incendios o las inundaciones y enfermedades como la malaria, problemas respiratorios o el dengue.
La polución del agua o la destrucción de los ecosistemas, con actividades como la extracción minera ilegal y otras derivadas de la acción humana, repercuten también en la actividad agrícola.
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