domingo, 2 de octubre de 2011

TIPNIS: reserva natural en medio de la selva

Detrás de los bosques más recónditos, en medio de la selva tropical, donde la cultura, la fauna y la flora sobreviven a la mano del hombre y del tiempo, se encuentra el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS), que conserva los secretos de la reserva natural más importante del país, hoy amenazada por la modernidad.
A más de 300 kilómetros de la civilización urbana de Cochabamba, 12 horas de viaje, caminos estrechos protegidos por tres ríos principales como: Isiboro, Sécure e Ichoa, en medio del monte, entre el departamento del Beni (la provincia Moxos) y el departamento de Cochabamba (Chapare), con una extensión territorial de 1.225.347 hectáreas en más de 12.000 Kilómetros cuadrados sobreviviendo en el tiempo habitan las culturas: moxeños trinitarios, yurakares y chimanes; desafiando a la civilización y colonizadores cocaleros, que con el pasar de los años poco a poco, invadieron su territorio.
Hace bastante calor, el cansancio y sed sofocan a los circunstanciales visitantes, que pidiendo permiso a la naturaleza, se dirigen monte adentro para conocer algunos de los secretos, que se esconden en medio de una majestuosa selva habitada por animales exóticos, plantas majestuosas y los guardianes del lugar los indígenas.
La caza, pesca y recolección de frutas
San Antonio, (EL DIARIO).- La visita de “El Diario” al Territorio Indígena del Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS) evidenció que la mayoría de los indígenas que habitan el lugar, sobreviven y cubren sus necesidades básicas, dedicándose a la caza de animales silvestres, la pesca y la recolección de frutas naturales.
“Grave se sufre aquí, a veces no tenemos ni para comer”, afirma doña Florentina Moya indígena originaria Trinitaria de la comunidad de San Antonio, una de las 66, que habitan el indescriptible territorio del parque Isiboro Sécure protegido por los innumerables árboles y animales que merodean por el lugar, nos cuenta que desde siempre, las comunidades aprendieron a sobrevivir y olvidarse del hambre dedicándose a compartir “lo mucho o lo poco” que la naturaleza les ofrece.
“Vivimos de lo que recolectamos, tenemos bastante fruta, hay plátano, papaya, sandía”, asegura mientras atiende a su segunda hija de dos años, según nos cuenta es parte de sus costumbres compartir entre todos las cosas que se tienen, una especie de olla común, alimenta a las más de 100 personas, que viven en las chozas rústicas que ellos mismos construyeron.
La caza de animales y la pesca en el lugar, es otra de las principales actividades que practican las comunidades indígenas y es que los muchos ríos que rodean el lugar, facilitan estas prácticas, especies como el surubí y sábalo, se encuentran sumergidas en grandes caudales de agua, que en época de lluvia dificultan la comunicación en el lugar.
“Vivimos del trabajo agrícola, de la pesca, la caza; nos alimentamos, cuando necesitamos dinero salimos afuera; tardamos de dos a tres días, nos empleamos de peones, trabajamos para los colonos”, asegura Jacinto Yugasca, de la comunidad San José de la Angosta distante a unos 30 Kilómetros de Villa Tunari.
Hombres, mujeres, niños y ancianos, pese a ser de diferentes familias, se unen para sonreírle a la vida y al destino, que les regaló la oportunidad de vivir lejos de la ciudad, de los ruidos de las movilidades y la civilización, que poco a poco invade su cultura; sin embargo la falta de agua potable es otro de los problemas de todos los días.
“Agua nos traemos del rio, tenemos también piletas en algunos lugares, usamos para cocinar, tomar, hace mucho calor”, añadió.
A escasos metros de donde instalaron su improvisada vivienda, se encuentra un riachuelo, el lugar de encuentros donde los niños desde muy temprano se bañan, las mujeres lavan ropa y pasan una tarde calurosa desafiando las temperaturas que superan los 40 grados centígrados.
El rostro de la gente advierte que pese a las inclemencias del tiempo y el lugar tuvieron que aprender a sobrevivir, alimentarse, curarse y darse modos para salir delante de una escondida pobreza que los aqueja frente a la mirada invasora de los colonizadores.
El silencio se ve interrumpido por el sonido de los vehículos, que intranquilizan la habitad natural del lugar, las aves de la zona trinan advirtiendo la presencia de los extraños, varias miradas extrañas se advierten en medio de los chacos abiertos por los cocaleros, los invasores que colonizaron la zona tratando de llegar poco a poco hasta el territorio indígena, una imaginaria línea roja, separa las comunidades indígenas, de los colonizadores avezados.
Una vez que se llega a Isinuta el trayecto se hace más complicado, los denominados “bunkers” una especie de vehículo de combate del ejército son el único transporte improvisado que traslada a los comunarios y turistas, que se ven sorprendidos por la belleza del lugar y los siete ríos que se deben pasar antes de llegar a San Antonio, una de las comunidades de las 66 que habitan la zona.
Las sendas estrechas marcan el camino a un pedacito de paraíso oculto que aún existe en Bolivia, se hace evidente que llueve bastante en la zona, que a la vez es un lugar hídrico importante lleno de gran vegetación y abundante riqueza natural, en el transcurso del camino se advierten los vestigios de los chaqueos, la deforestación y el tráfico de madera.
Luego de cuatro horas de viaje, en los improvisados vehículos, transbordos en canoas y un calor agotador, llegamos al lugar, el TIPNIS, la alegría de la gente que saluda asustada a los visitantes despierta su interés, hay música, los niños juegan futbol, y las mujeres en su mayoría menores de edad que ya son madres, preparan la comida en una olla común, que recoge, la pesca, la caza y recolección de frutas silvestres que alimentan a los indígenas.
Pese a la falta de condiciones la mayoría de los indígenas de lugar acostumbran siempre asentarse a orillas de un río, las chozas improvisadas construidas con ramas, palmeras y calaminas son el hogar de los comunarios, que también se dedican a la producción en menor escala de alimentos para sobrevivir y enfrentar el hambre.
La necesidad les obliga a trabajar de peones sembrando coca en lugares cercanos, donde los cocaleros se asentaron y se dedican a la producción de la hoja, pese a que se encuentran avasallando territorio indígena.
El grito de un miembro de la comunidad indígena logró pescar algo en la mañana, para alimentar a sus tres hijos de ocho, seis y el bebe de meses que se acuna en una mecedora de tocuyo amarrada a los palos del techo.
El es Jacinto, de la comunidad de San José de Angosta, habla el idioma nativo y también el español, asegura saber leer pero la falta de claridad en su apellido (Yugasca) nos advierte que aún no terminó la escuela. Un gesto de preocupación invade la amena conversación cuando le preguntamos si la comunidad está de acuerdo con la construcción de la carretera Villa Tunari – San Ignacio de Moxos, asegura que la noticia es de conocimiento de la comunidad pero la mayoría de la gente desconoce exactamente en qué consiste ni cuál es el proyecto.
La mayoría de los pobladores no tiene una información exacta, sobre la carretera, que necesariamente pasará por en medio de la selva dejando por su paso a la naturaleza y afectando la biodiversidad que hay en el lugar.
En la zona del TIPNIS también pudimos advertir la depredación de los animales y contaminación en los ríos, debido a que los comunarios de municipios cercanos utilizan pesticidas para la producción de tomate, banano y otras verduras, según testimonios de los comunarios, hay residuos de coca que también votan a los ríos, a esto se suma la caza ilegal e indiscriminada de los animales en determinados lugares.

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