No la agarramos, no la matamos; la cuidamos”. Lorenzo Fuentes se refiere a ella como una habitante más de Palcapampa. Habla en quechua, con cariño. Hace seis años no sabía que existía ni que convivía con ella, menos que está a punto de desaparecer. Por eso, relata con emoción sus encuentros furtivos con el ave, cuando vuela por sus sembradíos, o cuando se posa sobre la puerta de madera de su choza de adobe, o deja escuchar su canto entre los árboles y arbustos.
Mide alrededor de 17 centímetros. Su plumaje es gris y naranja. Le gustan las alturas: vive entre los 2.700 y 4.000 metros sobre el nivel del mar. Se estima que solamente hay entre 400 y 4.000 como ella en el país. Se llama poospiza garleppi, un avecilla que sólo habita en Bolivia y está en peligro de extinción. Gracias a la Asociación Civil Armonía, las comunidades cochabambinas de Palcapampa y Ch’aquí Potrero se han convertido en sus fieles guardianas, así como Lorenzo.
Fue descubierta en 1893. Su árbol genealógico la liga a la orden Paseriformes, a la familia Emberizidae. Su certificado científico de bautizo reza que es poospiza garleppi, aunque hay quienes la llaman qoypita puka-q’ellitu (plomo rojo-amarillo, en quechua), Cochabamba Mountain-finch (pinzón de montaña de Cochabamba, en inglés), o quieren rebautizarla como la Monterita de Cochabamba. No importa, para sus nuevos centinelas ella es poospiza a secas, nombre que se adapta a su lengua.
La ornitóloga Noemí Huanca dedica su vida al estudio y preservación de esta ave. Señala que más allá de las rapaces que la cazan, las víboras y roedores que acechan sus nidos para comer sus huevos y polluelos, su principal verdugo es el humano, que daña su hábitat con la apertura de caminos, la expansión de cultivos y de ganados, el uso de pesticidas y de leña. Con la tala de árboles y arbustos, el pájaro tiene menos alimentos y lugares seguros para anidar.
Aún así, poospiza lucha. Una muestra es que ha aceptado convivir con las casi 100 familias de Palcapampa (planicie dividida, en quechua) y Ch’aquí Potrero (potrero seco) y adaptarse a la urbanización de este territorio en las quebradas húmedas del Parque Nacional Tunari, en el municipio de Vinto. Además, hay reportes de que este animal amenazado también vuela por Llallahuani, en Potosí, y en otras zonas cochabambinas como Cotomi, Santa Bárbara, Ch’aquí Qocha y San Miguel.
Adiós a la honda y al revólver
Los palcapampeños y ch’aquipotreños se enteraron hace seis años de que tienen de vecina a esta ave única, cuando Huanca y su proyecto apadrinado por Armonía apostaron a enseñarles a identificarla, valorarla y protegerla. Pero primero había que develar si la zona cobijaba a este espécimen. Así, la científica lidió con la desconfianza de los lugareños y, dibujo en mano, recorrió sus casas. Pero todo era vano, nadie conocía a ese ejemplar que lleva una especie de antifaz naranja.
Cuando Huanca sintió que se le iban las esperanzas, pasó el milagro. La vio en el tendedero de ropa de un hogar de Palcapampa. Luego halló su primer nido y, por recomendación de los dirigentes, partió a Ch’aquí Potrero. Allí la observó en el techo de una vivienda. El siguiente paso fue involucrar a los comunarios, hacerles sentir orgullosos de vivir con poospiza. Intentar mejorar su calidad de vida con el programa, para que sientan que el ave es vital.
Apolinar Soliz fue uno de los firmes aliados de Huanca. El 2007, el exdirigente ch’aquipotreño le autorizó a husmear por su territorio para buscar a “ese pajarito”, y no se arrepiente. Más bien, resalta todo lo que poospiza ha traído para su pueblo y Palcapampa: material escolar y regalos navideños para los niños, poleras, capacitación a los varones para preparar plaguicidas ecológicos, cursos de cocina para mujeres. Algo que Apolinar agradece con mucha picardía, frotándose el estómago.
“Antes la veíamos, pero no la reconocíamos entre tantos pajaritos que hay por aquí”, relata el hombre, mientras alista su pala para trabajar en el camino de tierra que atormenta a los lugareños en tiempos de lluvia y por los derrumbes. “Estamos felices de tener esta avecita que sólo vive en Bolivia y no hay en otra parte del mundo”. Es secundado por Genaro Fuentes, quien muestra su palma para explicar el tamaño de poospiza, antes de confesar que ella cambió los hábitos de vida en ese sitio.
En estas aldeas era común ver a los pequeños y mayores con hondas y flechas colgadas en sus cuellos. Ahora, son cosas del pasado, al igual que la intervención de nidos, para permitir la reproducción de las avecillas. Dilmer, un niño de Ch’aquí Potrero, comenta que tienen orden de no matarlas. “No tenemos que hacerles daño, desde que vino la doctora. Ya no usamos flechas. Antes utilizábamos y cazábamos palomas, hasta con revólveres”.
La arquitecta de ramas y musgos
Este ejemplar alado es omnívoro, o sea, come de todo. Su dieta se basa en semillas, gusanos y bichos pequeños. Aunque su convivencia con los cultivos de papa, oca, arveja, haba, avena y maíz que se erigen en Palcapampa y Ch’aquí Potrero, ha adicionado una delicia a su menú: la papa jullusqa, aquella soleada, casi en estado de putrefacción y que en ese proceso adquiere un sabor dulzón. Por esto, hay campesinos que dejan secar algunas papas de su cosecha para que alimenten a estas aves.
También están los que botan diariamente una papita al patio de su casa, para que las reciban en sus visitas impredecibles, aquellas que hacen cuando dejan de lado su timidez para saltar cerca de las chozas de sus flamantes guardianes. “Todo hacemos por nuestra poospizita. La cuidamos y la vamos a proteger siempre”, dice con un dejo de orgullo Felipa Vega; luego apunta con su dedo índice derecho a lo más alto de tierras palcapampeñas. “Por allá también camina, caminan de dos en dos”.
La fidelidad manda en la relación de pareja de esta especie monógama. Su cortejo es entre diciembre y abril, en época de lluvias, tiempo de reproducción. Sigue un ritual previo al apareamiento, melódico y coqueto, que se inicia con el canto fuerte del macho y el desfile de su plumaje impecable. Para la hembra, esto es sinónimo de vigorosidad, de que el pretendiente está sano y será un buen padre para construir un nido y alimentar a su familia.
Cual si fuera un Sherlock Holmes de la ornitología, Huanca desentrañó varios misterios de poospiza. Por ejemplo, su hogar tiene forma de copa y es edificado en arbustos relativamente altos; la estructura son pajas y ramas terminales, la decoración exterior, musgos, y el sistema de calefacción interior para los huevos y polluelos es armado con plumas, lana de oveja o pelos de cola de caballo. Generalmente, la nidada asciende a dos huevos y el tiempo de incubación dura unas dos semanas.
Los padres no quitan los ojos de sus nidos. Se esmeran en cuidar a sus hijos hasta que forman su propia familia. Vigilan todo su proceso de desarrollo: primero su evolución de crías a “volantones”, cuando intentan salir del nido a dos meses de nacidos; o cuando son “juveniles” y aprenden a volar por sí solos, a sus entre seis y siete meses de vida; o cuando son considerados “subadultos”, casi a los 11 meses, y, finalmente, al año, cuando ya son “adultos” y tienen todos los rasgos de la especie.
Son animales territoriales, es decir, hacen respetar sus fronteras entre sus similares, sobre todo en la época reproductiva; aunque esta actitud no es tan radical con otras aves. Hasta ahora, Huanca identificó ocho territorios de parejas de poospizas en Palcapampa, y seis en Ch’aquí Potrero. Cada uno de éstos abarca entre 1,2 y 1,9 hectáreas, y en cada cual estas aves entonan un “canto territorial” que sirve como alerta para los extraños que merodean.
Su repertorio musical guarda diferentes melodías. Tiene una para el encuentro de pareja, otra para alimentar a sus hijos, otras para el invierno y la época seca. Pero cuando más canta es en tiempo de lluvias, cuando vigila su territorio después de la reproducción. Es el momento en que se la puede ubicar y ver más fácilmente cuando salta entre los árboles y abandona su silencio y su carácter introvertidos. Pero hay algo que Huanca tiene todavía pendiente por descubrir: cuánto tiempo vive esta especie.
A la hora de usar los binoculares, no hay quién gane a los alumnos de Ch’aquí Potrero. Junto a los de la escuela palcapampeña, resultaron ser socios incondicionales de Huanca en su búsqueda del ave. Dilmer y Jaime fueron testigos de la aventura y tienen voz y voto para guiar a los visitantes por los sitios por donde alguna vez saltó o voló poospiza. “Viene a mi casa de mañana”, expresa el primero. “Yo no le hago daño, la veo más cuando llueve”, subraya el otro.
Los niños fueron el anzuelo para irradiar el amor por el ave. Todos tienen una historia, un recuerdo sobre algún encuentro cercano o lejano. No en vano los letreros que certifican a estos dos poblados como sus guardianes cuelgan en el ingreso de los colegios y portan la leyenda: “La comunidad (Ch’aquí Potrero o Palcapampa) cuida, protege a poospiza garleppi y su hábitat. Nos sentimos muy felices de tener un ave única en el mundo, viviendo con nosotros”.
Retratos en cartulina y goma eva
En los muros de los cursos no sólo hay cartulinas con los temas que se avanzan en clases, también dibujos coloridos del ave hechos en hojas de papel y en goma eva. Los afiches y calendarios con su imagen también afloran en los cuartos de reuniones y de profesores. Y cuando se pregunta a los pequeños sobre poospiza, todos alzan sus manos y sufren una metamorfosis: dejan su timidez y se convierten en eruditos.
“Descubrir a poospiza trajo alegría”, resume Angélica Mansilla, potosina que tiene a su cargo a los 20 alumnos de Ch’aqui Potrero. “Siempre estamos aquí buscando a los pajaritos; los niños dejan papita y migajas para que coman. Siempre me preguntaba cómo serán y una mañana, uno se paró en mi frente. Es plomito, con su pechito anaranjado”. Desde entonces, ella también quedó prendada y hasta hizo bordar manteles con la figura de estas aves.
Otro de los objetos de colección de los lugareños es la foto en la que aparecen vestidos con las poleras que llevan el logo del pájaro, cual si fueran un equipo de fútbol. Las mujeres exponen orgullosas sus fotos de los cursos de pollo al horno, repostería, rellenos y puré de papas. Una es Enriqueta Fuentes, líder palcapampeña que colecciona esos recuerdos en un periódico mural. “Sin poospiza, no hubiéramos aprendido estas cosas”. En su lógica, si ella les da para comer, ellos deben retribuirle.
El proyecto también ayudó a que los comunarios de esta región cálida del Tunari aprecien la conservación de un árbol nativo andino que habita sus tierras y que emplean como leña: la kewiña. Un símbolo prehistórico, único de su especie que crece entre los 3.000 y 5.000 metros sobre el nivel del mar. Como poospiza, está en peligro de extinción por la tala y la quema, y ella lo necesita para anidar y extraer de su corteza las larvas y gusanos para sus bebés.
Incluso la kewiña ayuda en el crecimiento de otros arbustos útiles para esta ave. Es así que los campesinos se unieron a Armonía para la colecta de plantines, que fueron sembrados en los montes. Apolinar Soliz informa de que los árboles desarrollarán con el tiempo, al pertenecer a un espécimen que crece sólo unos centímetros en varios años. Hoy, están conscientes de que deben protegerlos, a pesar de que no cuentan con cocinas a gas y dependen de su madera para asar y hervir alimentos.
El palcapampeño Zacarías Delgadillo afirma que siente júbilo con lo que se hizo por el medio ambiente. “Queremos más plantas, queremos que poospiza esté bien, nos sentimos contentos con ella porque nos trajo felicidad. Creo que las autoridades deben reconocer lo que hacemos”. No pide dinero, sino obras para un territorio que queda frecuentemente incomunicado, que sufre por la falta de servicios básicos y de agua para sus casas y sembradíos.
Incluso los lugareños sueñan en grande. Hablan de crear una zona turística. Están seguros de que poospiza les puede ayudar también en esto. Apuestan a que muchos estarían interesados en conocer la morada de esta avecilla y sus protectores, que así se abrirían un mercado de artesanías con la imagen de ella. Quieren erradicar los agroquímicos para vender alimentos naturales. Pero para esto precisan más ayuda, y notan como que ésta se les esfuma.
El último trabajo del programa de conservación fue el anillado que hizo Huanca a las patitas de uno de los polluelos hallado en Palcapampa, para profundizar los datos del aumento o caída de la población de estas aves, y ante la curiosidad campesina por saber si hay bodas entre poospizas de ambas comunidades. Pero la labor de esta científica se quedó sin financiamiento.
Huanca informa que cumplió las metas trazadas con Armonía y el apoyo de American Bird Conservancy, Conservation Leadership Programme, Kilverstone Wildlife Charitable Trust, Royal Society for the Protection of Birds, Association of Field Ornithologists, más el Centro de Biodiversidad y Genética de la Universidad de San Simón.
Aunque lo que más aprecia es que tras seis años fue aceptada como una ch’aquipotreña y una palcopampeña más; igual que su querida poospiza. Este logro le da optimismo para que su proyecto consiga fondos. Mientras suman los aliados del ave. Como la alcaldesa de Quillacollo, Carla Lorena Pinto, quien dictó una ordenanza que declaró área protegida al bosquecillo de San Miguel, donde se verificó la presencia de poospiza y kewiñas. Más aún, adoptó a este animalito como símbolo de su gobierno, que usa su imagen en membretes, folletos y hasta en las puertas de coches oficiales, al lado del escudo local.
Pinto anuncia de que tramita una ley para blindar su decisión y para nombrar a poospiza como “ave de la integración”. Esto alegra a ch’aquipotreños y palcapampeños, pero lamentan que no reciben el mismo impulso de su municipio: Vinto. No importa, ahora trabajarán junto a Armonía planes integrales que no solamente tomen en cuenta la preservación del ave, sino proyectos de agua, reforestación, camineros.
‘Es tan nuestra’
El lema que se maneja es: “Si ellos están bien, también las aves, porque ayudarán a cuidarlas”. Apolinar Soliz no duda de que él y sus vecinos darán todo por “ese pajarito” al que mira como un habitante que adorna con su plumaje bicolor los valles de su tierra partida por el río Llave. A la hora de despedirse, le lanza una advertencia bromista a Huanca. “Así como los pastores no dejan a sus ovejas, no tienes que dejar a poospiza”.
En Palcapampa, Lorenzo Fuentes no entiende de cierre de proyectos. Habla de que ella sólo vive en los árboles de su región, que vuela por su hogar, sus cultivos. Lo mismo pasa con Enriqueta Fuentes, que no para de contar que ella, a veces, la visita en el patio de su vivienda, y que no la bota como a otras aves. Se refiere a ella en quechua, con amor, así como todos los guardianes de su zona, la llama “poospizitanchej”, es decir, “nuestra poospizita”.
Libro Rojo de las 60 especies en riesgo
El Libro Rojo de la Fauna Silvestre de Vertebrados de Bolivia informa que en el país existen 333 especies que están en las siguientes categorías de riesgos de extinción: “en peligro crítico” (22), “en peligro” (46), “vulnerable” (125) y “casi amenazada” (120). El departamento con el mayor número de ejemplares amenazados es La Paz, con 116; seguido por Cochabamba, con 87, y por Santa Cruz, con 70. Asimismo, la ecorregión más afectada es Yungas, con 80 especies amenazadas, y le sigue la Puna Norteña, con 41. Del total inicial, hay 60 aves amenazadas. Poospiza es un ejemplar “en peligro”, o sea, según el documento, “enfrenta un alto riesgo de extinción o deterioro poblacional en estado silvestre en el futuro cercano, ya sea por una rápida disminución poblacional, área de ocupación pequeña, fragmentada o fluctuante, y población pequeña y en disminución”.
Vivo en La Paz y desde que planté arvejas en mi patio, esta ave me visita! Hermoso que la cuiden!!
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