Los políticos dictan las normas, pero no resuelven los problemas. En Europa se ha legislado para conseguir un aire de mejor calidad, pero de nada ha servido. Las diferentes normas que se han aplicado para reducir las emisiones de gases provenientes de los automóviles en Europa no han logrado reducir la emisión total de esas substancias nocivas para el medio ambiente y para la salud.
Es una de las conclusiones del último informe de la Agencia Europea del Medio Ambiente (AEMA) sobre la implicación del transporte en la disminución de la emisión de substancias nocivas a la atmósfera.
Es cierto que la contaminación atmosférica, en términos generales, ha descendido en las últimas décadas, pero el problema sigue. En particular, ¿cómo explicar los altos niveles de dióxido de nitrógeno (NO2) detectados causados por el transporte de mercancías y marítimo o los óxidos de azufre, principales responsables de la lluvia ácida, cuando se ha mejorado la eficiencia de los combustibles?
En 2010, se registraron niveles de NO2 por encima de los límites legales en el 44 % de las estaciones de tráfico de la red de observación de la calidad del aire. Además, los niveles de partículas (PM10) superaron los límites en el 33 % de dichas estaciones. Son agentes contaminantes que pueden afectar a la salud: al sistema cardiovascular, a los pulmones, al hígado, al bazo y a la sangre.
La solución es reducir la quema de combustibles fósiles en el transporte de mercancías. En 2011, y a pesar de la crisis, sólo fue un 4,3 % menor que el máximo alcanzado en 2007. El vehículo privado también tiene su parte de culpa. De hecho, en los años de la crisis, su uso se ha mantenido más o menos constante. La crisis económica y el alto precio del petróleo no han disuadido a la gente para que no coja el coche.
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