— En su libro Storms of my Grandchildren (Tormentas de mis nietos) critica el protocolo de Kyoto por dejar las decisiones para frenar el cambio climático en manos de los gobiernos, y lo cierto es que desde que usted alertó de lo que ocurriría y vaticinó fenómenos como el deshielo de los casquetes polares, sequías e inundaciones extremas, la situación no ha hecho más que empeorar y en 2010 registró la emisión más alta de CO2 (dióxido de carbono) de la historia. ¿Cómo ve la situación?
— Se trata de un problema demasiado importante para dejarlo en manos de los gobiernos, que por otro lado han demostrado perfectamente su sometimiento a los intereses del sector energético. En Washington, por cada congresista hay cinco personas haciendo lobby a favor de los combustibles fósiles, que son los principales responsables del calentamiento global. La industria energética tiene demasiado poder. Y lo más absurdo es que además reciben entre 400 mil y 500 mil millones de dólares al año en subsidios a escala mundial. Y ese dinero lo pagan los ciudadanos, que mueren a causa de los efectos de la contaminación de sus industrias. Ya es hora de que el sector energético comience a pagar el verdadero precio de lo que nos están haciendo.
— Usted prevé que el nivel del mar se eleve en las zonas costeras hasta siete metros en un siglo, si el ritmo actual de emisión de CO2 continúa. ¿Qué propone para frenarlo?
— Parte del impacto del cambio climático ya es inevitable, pero si reducimos las emisiones de CO2 rápidamente podríamos estabilizar el clima del planeta a finales de este siglo. Para que eso ocurra hay que devolverle a la Tierra el equilibrio energético. Ahora, el desequilibrio es total, entra mucha más energía de la que sale a causa de los gases de efecto invernadero. Para explicarlo de forma gráfica: se ha acumulado ya tanto calor como si se hubieran lanzado 400 mil bombas nucleares como la de Hiroshima (Japón) durante un año sobre la Tierra. Ese calor ya no consigue salir hacia el exterior y si continuamos a este ritmo llegará un punto que irradiaremos tanta energía como el Sol.
— ¿Cómo convencer a la industria de abandonar los combustibles fósiles y abrazar energías limpias?
— Penalizándolas. Tiene que ser un cambio gradual, porque si no la economía no lo soportaría, pero hay que empezar por crear un impuesto que penalice cada tonelada de emisión de dióxido de carbono desde su base —los proveedores de energía— y que, paulatinamente, eleve el precio hasta tal punto que producir combustibles fósiles ya no sea rentable. Al mismo tiempo, el dinero que se recaude, que según mis cálculos podrían ser unos 600 mil millones al año si comenzamos cobrando 10 dólares por tonelada de emisión de CO2, tendría que repartirse entre toda la población. Si lo que recibe un ciudadano es superior a lo que gasta en energía, será también un incentivo para que también trate de reducir su huella de carbono a escala personal. Además, ese dinero estimularía la iniciativa empresarial para buscar alternativas energéticas limpias.
— En países como España, el Gobierno ha impulsado el uso de energías renovables. Obama también ha tratado de hacerlo. ¿Por qué no le parece bien?
— Los subsidios públicos no son una solución. Son los mercados los que tienen que hablar. Es la única forma de convencer a una empresa. Si penalizas los carbones fósiles y su precio sube cada año, el mercado decidirá el papel de la eficiencia energética y de las fuentes de energía alternativa. Es un gran error pensar que los burócratas del Gobierno pueden decidir cuál es la mejor fuente de energía.
— Pero si hasta ahora esos lobbys de los que hablaba han sido tan efectivos, ¿cómo conseguir debilitarlos?
— La gente tiene que reconocer el problema y enfadarse. Enfadarse como se ha enfadado el Tea Party. Necesitamos el cabreo del Tea Party (movimiento político estadounidense antielitista de derecha) y su disciplina. Hay que ponerle un precio justo al CO2 y que ese dinero se distribuya entre los ciudadanos. Ése tiene que ser el modelo. Occupy Wall Street (indignados) también está enfadado, pero ellos no saben qué pedir. Ocurrió lo mismo con la película de Al Gore, que a pesar de ser fundamental para divulgar el problema, no ofrecía soluciones más allá de pequeños gestos como el de cambiar una bombilla. Pero eso hace tiempo que dejó de ser suficiente.
— ¿Qué le parece la propuesta del millonario Warren Buffett de subir impuestos a los ricos?
— Los impuestos varían mucho de país a país. En EEUU son algo regresivos porque el porcentaje que pagan los ricos es menor que el de quienes no lo son. La propuesta, que me parece bien, dice que los más ricos deberían pagar el 30%. Eso no sería suficiente para equilibrar el presupuesto estadounidense. La regla Buffett es un paso positivo. Lo ideal sería conseguir que todo el mundo hiciera el sacrificio a la vez.
Perfil
Nombre: James Hansen Cargo: Profesor Adjunto de Tierra y Ciencias Ambientales de la Universidad de Columbia Experto en cambio climáticoEl climatólogo alertó por primera vez en 1981, en un legendario artículo publicado en la revista Science, del calentamiento global. Llegó a ser censurado por ello por la NASA durante la era Bush, pero vuelve a lanzar la voz de alarma y proponer soluciones. Afirma que fue el nacimiento de sus nietos, el que le llevó hace dos años a regresar a la arena pública de la que se retiró defraudado y a escribir el libro Storms of my Grandchildren (Tormentas de mis nietos).
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