Al amparo para compartir un mate o leer un buen libro, refugio del sol y del calor o escondite de ese canto del pájaro que anuncia el amanecer.
Estas y más funciones son las que tiene el árbol urbano, ese que a veces no se observa ni se valora, pero que nos aporta el oxígeno necesario para vivir.
Las ciudades, con todo su cemento y desarrollo tecnológico, también dependen de ellos. En Buenos Aires, por caso, hay unos 372 mil ejemplares en las calles, casi uno cada ocho habitantes.
Esa relación es la mínima recomendada por la Organización Mundial de la Salud para los ambientes urbanos, pero resulta mejor que las registradas en Bogotá, Nueva York o Barcelona.
Según el censo de arbolado urbano, realizado hace tres años, en las veredas porteñas, hay 372.625 ejemplares, que se suman a unos 53.000 plantados en espacios verdes. En tanto que el 5% del total corresponde a los plantados por los vecinos.
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