Ante la sequía que amenaza a México, la potabilización del agua marina aparece como una opción viable, aunque expertos cuestionan sus efectos ambientales. Uno de los métodos es la filtración a través de membranas semipermeables para retener las sales.
La desalinización “es una opción viable, pero debe ser la última luego de que se hayan agotado otras diversas”, señaló a Tierramérica el director de la Oficina Noroeste del no gubernamental Centro Mexicano de Derecho Ambiental, Agustín Bravo.
Existen diversos métodos de desalinización, como la destilación, la cristalización o congelación, y la absorción o cambio iónico, que requieren el uso de energía, mientras que la ósmosis inversa o filtración y la electrodiálisis o filtración selectiva se realizan pasando el agua a través de membranas mediante presión mecánica.
En el mundo hay 15.988 plantas de desalinización, que poseen una capacidad instalada superior a los 66 millones de metros cúbicos diarios y atienden a más de 300 millones de personas, según los últimos datos de la Asociación Internacional de Desalación.
El Instituto Mexicano de Tecnología del Agua enlista 435 plantas en operación, la mayor de las cuales funciona en el estado de Baja California Sur con una capacidad de 200 litros por segundo.
La desalinización implica beneficios como la reducción del consumo de agua dulce, el cese de la merma de los acuíferos y la posibilidad de recargarlos. Pero los expertos insisten en los posibles daños ecológicos de esta tecnología.
En el proceso “se genera una salmuera, más concentrada que el mar, que se tiene que disponer de una manera segura y, además, separar sal requiere de un consumo de energía importante”, advirtió el investigador Rodrigo González, quien construyó con su equipo modelos de ósmosis inversa, electrodiálisis y termosolar.
El grupo científico instaló este mes una planta desalinizadora en un sembradío de mango, sorgo y remolacha en el Valle del Yaqui, la zona agrícola del sur de Sonora. La meta es contar en un plazo de dos años con un centro de producción y ensamblaje de plantas, cuyo costo es de unos ocho millones de dólares.
La mezcla se deposita en lagunas de secado, donde el agua se evapora y la sal queda confinada o bien se vierte en el océano. Pero esta opción puede dañar bancos de coral, pastos y especies marinas.
“Las aguas de rechazo no se diluyen en el mar, su comportamiento hidrodinámico es como un fluido, va emigrando y sus daños no han sido debidamente estudiados ni valorados”, aseguró Bravo.
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