El 27 de agosto 2009 el gobierno peruano aprobó la Reserva Nacional Matsés que pone bajo un régimen de intangibilidad 1’039.390 hectáreas de bosques vírgenes para la protección permanente de habitantes originarios en aislamiento voluntario.
La reserva ha sido creada por su excepcional biodiversidad y para proteger las tierras utilizadas tradicionalmente por el pueblo Matsés que son llamados localmente la “gente del gato”, debido a la barba y tatuajes faciales adornadas por las mujeres.
En 2004 el Museo Field de Chicago envió una Inventarios Biológicos Rápidos (RBI) Equipo de expedición a la reserva propuesta y sus resultados fueron asombrosos. Se han identificado un 3.000 a 4.000 especies de plantas estimadas junto con 65 especies de mamíferos y 416 aves. Entre los mamíferos figuran dos monos en peligro de extinción, el huapo calvo y tití de Goeldi.
Durante aquella expedición se produjo un fascinante descubrimiento al hallarse un gran archipiélago de bosques de arena blanca conocidos localmente como “varillales”, sobre las cabeceras del río Gálvez. Estos grandes parches de bosque de arena blanca hasta entonces desconocidos por la ciencia, contienen especies endémicas de flora y fauna y representan un hábitat poco común en Perú y el resto de la Amazonía.
La intangibilidad de esta singular riqueza de la biodiversidad amazónica se halla bajo inminente peligro con la incursión de la empresa petrolera canadiense, la cual inició una feroz campaña de coptaciones y sobornos para romper la resistencia indígena que protege esa reserva natural.
Un pueblo autogestionario
Los Matsés cazan en la selva animales como el tapir y la paca, un roedor grande, utilizando arcos y flechas, trampas y escopetas.
Las comunidades viven cerca de la ribera, y cada mañana niños y adultos se ponen en marcha para capturar el pescado del día.
En sus huertos crece una gran variedad de cultivos, entre ellos alimentos básicos como el plátano y la yuca.
El chapo, una bebida dulce hecha con plátano, siempre está hirviendo en el hogar de un matsés. Las mujeres cocinan la fruta madura y exprimen su tierna carne con coladores caseros hechos de hoja de palma.
Esta deliciosa bebida se sirve caliente, junto al fuego, y se suele beber mientras uno se mece en una hamaca.
“No comemos alimentos de la fábrica, no compramos cosas. Por eso necesitamos espacio para cultivar nuestra propia comida”, dice Marcos.
Cuando no hay colegio, los padres llevan a los niños a los huertos para enseñarles cómo cultivar sus propios alimentos.
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