lunes, 26 de septiembre de 2016

El único, abandonado y agredido delfín boliviano



El boliviano más antiguo tiene una piel que, según la temporada, va de plomo a rosada. Muy probablemente nadie pueda ser considerado más boliviano que el bufeo, que el Inia boliviensis.

Nadie, porque los tarataratara a la “n” abuelos de estos delfines llegaron a la región que hoy habitamos hace aproximadamente 15 millones de años. En esos tiempos, al formarse las montañas andinas, un megaocéano se separó. Por ello, los delfines cautivos se tuvieron que ir adaptando a lagos subandinos de aguas dulces.
Es decir, estuvieron antes que cualquier cultura humana. Llegaron mucho antes de que exista siquiera gente Y desde entonces, con su aún misterioso lenguaje de infrasonidos captados por sus sonar surcan estas aguas.
Son tan bolivianos que por cosas del destino, ya dentro del subcontinente, las formaciones de cachuelas los aislaron en gran parte del actual territorio nacional. Y, por ello, el inia boliviensis habita en exclusiva ríos del Beni, Pando, Santa Cruz y Cochabamba. Constituye una especie endémica y es el único cetáceo, el único mamífero acuático boliviano. En suma, estos personajes amazónicos, de hábitos juguetones y apariencia bonachona, resultan todo un emblema.
De hecho, el bufeo es oficialmente símbolo de la ciudad de Trinidad y símbolo del departamento del Beni. Es más, hace cuatro años, el 18 de septiembre de 2012, fue declarado, por ley, Patrimonio Natural del Estado Boliviano. Es decir, distinciones no le faltan, lo que le falta y con cada vez más urgencia es protección.

Turismo-tortura para bufeos
“Señoras y señores –anuncia el promotor turístico sobre una embarcación que surca el río Ibare-, estamos llegando a la zona donde se puede observar bufeos. Si no salen, hay que hacer bulla porque ellos son curiosos y les llama la atención la bulla”. Minutos más tarde, se siente la ausencia del personaje más esperado de la mañana. Entonces se opta por hacer ruido acelerando motores de lanchas, gritando, aplaudiendo y golpeando el agua con remos. E instantes después, por fin, dos delfines de río salen saltando del agua mientras se desata una ola de exclamaciones y se disparan decenas de fotografías.
Fiesta para los turistas, pero en los hechos, tortura, tormento, para los bufeos y sus ultra sensibles órganos auditivos.
Enzo Aliaga Rossel lamenta las prácticas del turismo que afectan a esta especie sui generis. “Se podría realizar un turismo responsable –dice este doctor en biología-. Desafortunadamente, muchas veces se los violenta y se les hace un gran daño con ese tipo de incursiones. Se pueden generar agresiones entre ellos, arruinar sus épocas de apareamiento y reproducción. Si los guías explicasen a los turistas que algo es malo y porqué, seguramente la gran mayoría lo entendería y, además, se aprendería a organizar cuidadosas prácticas de observación”.
Hasta el presente sus propuestas para que se desarrolle un turismo de oportunidad de observación no han sido escuchadas. Sin embargo, se trata de una forma de preservación que adecuadamente promocionada resulta además rentable y es realizada en decenas de países.
Aliaga es Investigador Asociado del Instituto de Ecología de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) y estudia a los delfines de agua dulce bolivianos desde hace más de 20 años. Se halla en una sostenida campaña para velar por la preservación y el conocimiento del mamífero acuático boliviano. Es una de las contadas islas de investigación que hay en el país que buscan descifrar la vida los bufeos.
“Un mundo fascinante”
Los investigadores se hallan sorprendidos, por ejemplo, por hábitos tan particulares de los delfines bolivianos como la organización de “guarderías”. Sí, los bufeos han adquirido la capacidad de entenderse para tener uno o dos cuidadores de varias crías mientras un grupo de hembras sale a cazar.
Otro afán de los estudios sobre los delfines de agua dulce constituye el comprender sus códigos de comunicación basados en infrasonidos. “Habitan en aguas muy turbias donde la visibilidad es nula –dice Aliaga-. Y sin embargo allí las madres enseñan a sus crías a cazar, a ubicarse, a sobrevivir. Es un mundo fascinante porque en otras especies las crías aprenden mirando, pero acá hay que descubrir cómo lo hacen”. Y el comprender ese tipo de comunicación implicará meses de expediciones en las que se deben utilizar delicados equipos de registro acústico y clasificación de sonidos.

Los mayores peligros
Pero frente a esa incipiente comunión de ciencia y naturaleza surgen no sólo insensatos tours de ruidosas lanchas y remos que golpean el agua. Las amenazas contra el bufeo se han multiplicado en prácticamente todas las zonas donde habitan. En Santa Cruz, por ejemplo, los delfines de la cuenca del río Grande soportan la embestida de la agroindustria soyera. El y el uso de pesticidas y herbicidas envenena sus aguas y el desvío de los cursos de los ríos les restan caudal. Basta recordar cómo, en agosto de 2010, 12 bufeos quedaron varados en el río Pailas tras un abrupto bajón de su nivel.
En el transcurso de los siguientes años hubo otros casos de rescates o hallazgos de delfines muertos atrapados en canales o riachuelos. La erosión generada por el exterminio de los bosques ha causado además extendidas mortandades de los peces que son alimento de los bufeos. Adicionalmente a la agroindustria, las consecuencias del cambio climático también atentan contra este cetáceo debido a la alteración de los ciclos de lluvias.
En el Chapare cochabambino y parte de los ríos del Beni las prácticas de pesca depredadoras se han intensificado. Una denuncia realizada en mayo de este año conmovió al país: el Centro de Investigación de recursos acuáticos del Beni aseguró que en el Río Ichilo, cerca de Puerto Villarroel, los pescadores mataron a aproximadamente 150 bufeos. Las investigaciones oficiales aún no concluyen.
Sin embargo, la preocupación por las prácticas de los sindicatos de pesca cochabambinos crece sostenidamente a raíz de frecuentes denuncias. Diversos reportes señalan el uso de series de redes de arrastre que, en repasos sucesivos, exterminan millones de peces para satisfacer los mercados urbanos. Esas técnicas, proscritas ya en otros países amazónicos, dejan sin alimento a los bufeos, y eventualmente los matan cuando caen atrapados en las redes.
“Lo peor viene cuando, tras la desaparición de especies como el surubí y el pacú, los pescadores buscan llenar sus cupos de venta con peces carroñeros –dice el voluntario Abel Escalante-. Entonces se dan casos de personas que cazan delfines para atraer con su carne y su sangre peces carroñeros desde los confines de los ríos”.
Valga añadir que los bufeos siguen un pausado ritmo de reproducción. Según explica Aliaga, maduran sexualmente hasta los 7 años. Las hembras paren solamente una cría por vez, el embarazo les toma casi un año y la lactancia otro. Por ello, la muerte de un ejemplar implica un marcado daño a la preservación de la especie.
Escalante se muestra especialmente conmovido por la muerte de bufeos. Recuerda haber ayudado a Mariana Escóbar, investigadora colombiana especializada en delfines amazónicos, que trabajó para la Fundación Noel Kemppff, en el rescate del río Pailas. Y asegura que la inteligencia de los bufeos lo deslumbró. “Salvamos a 12 y parecía que cada vez que nos acercábamos aprendían algo de nosotros, se organizaban como para defenderse y luego para acomodarse. Tenían como actitudes claramente inteligentes, fue muy conmovedor”.
Bufeos y el mito
La fama sobre la inteligencia del bufeo se extiende desde hace décadas y décadas especialmente por el Beni. Se calcula que cerca del 90 por ciento de esta especie habita la cuenca del Mamoré y el Itenez y en el entorno proliferan las historias y leyendas sobre los delfines. La más popular habla también de rescates, pero rescates en el sentido inverso al del río Pailas. Recurrentemente relatan que cuando los bufeos advierten que un humano se está ahogando se acercan y con certeros empujones lo trasladan hasta la orilla.
Pero además más allá del posible mito, los bufeos rescatan el equilibrio de la Amazonía. Al ser una especie que encabeza la cadena trófica de las aguas la regulan. Por ello, el valor de su preservación resulta aún más importante. Enzo Aliaga señala que pese a que durante décadas el delfín boliviano se preservó aceptablemente, en los últimos años se registran bajas en su población. “Un caso es la cuenca del río Ibare –explica-. Un censo realizado por investigadores suizos en 1969 estableció un promedio de un ejemplar por cada kilómetro de río recorrido. En la última medición realizada descubrimos que ese promedio bajó a 0,2 ejemplares por kilómetro”.
Y así, entre renovadas amenazas y su creciente fama, en estos momentos, los bufeos todavía surcan el río Ichilo en el Chapare, o el Mamoré en Beni o el Orthon en Pando. Quién sabe si alguno de ellos se apresta a salvar a un desprevenido pescador que cayó a las aguas. Lo verdaderamente incierto resulta saber si las autoridades y pobladores de este país evitarán en el tiempo la desaparición de estos bolivianos llegados, como ningún otro, hace 15 millones de años.

Algunos datos sobre los delfines bolivianos

Guarderías
Los investigadores se hallan sorprendidos, los delfines organizan “guarderías”. Los bufeos han adquirido la capacidad de entenderse para tener uno o dos cuidadores de varias crías mientras un grupo de hembras sale a cazar.

Alimento
Diversos reportes señalan el uso de series de redes de arrastre que, en repasos sucesivos, exterminan millones de peces para satisfacer los mercados urbanos. Esas técnicas, proscritas ya en otros países amazónicos, dejan sin alimento a los bufeos, y eventualmente los matan cuando caen atrapados en las redes.

Pesca
En el Chapare cochabambino y parte de los ríos del Beni las prácticas de pesca depredadoras se han intensificado. El Centro de Investigación de recursos acuáticos del Beni aseguró que en el Río Ichilo, cerca de Puerto Villarroel, los pescadores mataron a aproximadamente 150 bufeos

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