Los elementos trazas de la atmósfera actúan como los cristales de un invernadero, permiten que las radiaciones solares penetren en la Tierra, pero no dejan que sean reflejados completamente de vuelta al espacio.
Este efecto invernadero natural hace que nuestro planeta sea una cómoda casa de agradables 15 grados de temperatura de promedio, que, de otro modo, tendría alrededor de 18 grados bajo cero.
Este efecto natural, sin embargo, está siendo amplificado desde el comienzo de la era industrial, alrededor de mediados del siglo XIX, por las emisiones de gases contaminantes.
Modelos matemáticos predicen que, de mantenerse el actual nivel de contaminación atmosférica dentro de los próximos cien años, la temperatura del planeta se elevará en tres grados centígrados de promedio.
Ello provocará la fusión de los hielos supuestamente eternos –las reservas de agua dulce de la Tierra–, con la consecuente elevación del nivel de los mares y el desplazamiento de las zonas climáticas, además de tener dramáticas consecuencias para los países bajos como Bangladesh o las Islas Maldivas.
Culpable del 50 por ciento de este efecto in-vernadero artificial es el anhídrido carbónico, gas que se desprende de toda combustión, prin-cipalmente del carbón y del petróleo, a través de las chimeneas de las fábricas o de los esca-pes de los automóviles.
Otro 17 por ciento se debe a un grupo de sustancias conocidas como hidrofluor-cloro-carbono (HFCC), empleadas en la producción de aerosoles o refrigerantes y en la fabricación de espumas plásticas, culpables también de la destrucción de la capa de ozono que protege la Tierra de las radiaciones solares ultravioletas.
El gas metano, que se desprende del estiércol en la crianza de ganado y en el cultivo del arroz, es responsable del restante 13 por ciento del calentamiento de la atmósfera terrestre. El resto es atribuible a gases diversos, como el ozono.
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