Donde antes había mesas con vajilla a las que los visitantes se sentaban a comer y a charlar, ahora hay computadoras portátiles, potes de diferentes tamaños, bolsas de plástico que guardan muestras de sedimentos, una cámara fotográfica con una llamativa funda que permite sumergirla, y varios aparatos raros para cualquiera, salvo para los 20 investigadores que trabajan en el lugar. “Esto era un restaurante. Ya no lo parece”, comenta Darío Achá, del Laboratorio de Calidad Ambiental de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) y uno de los que ha convertido el comedor del hostal Inti Karka de Huatajata en un espacio para analizar agua, microorganismos y suelo del lago Titicaca. Todo para saber cómo el mercurio que contamina el lugar se acumula en la cadena alimentaria y de qué manera afrontar las modificaciones climáticas que va a traer consigo el cambio global. Algunas de ellas ya se han producido.
Comentarios en castellano, francés e inglés se escuchan en el espacio acristalado con techo de calamina cuyos dueños son los Catari, una familia del lugar famosa por las balsas de totora que fabrica. Hay científicos bolivianos de la UMSA y franceses de diferentes organismos trabajando codo con codo en este proyecto financiado por la Agencia Nacional de la Investigación francesa, llamado La Pachamama, que comenzó en 2013 y durará hasta 2016.
“Los ecosistemas acuáticos están cambiando. La gente que vive aquí ha visto muchas variaciones, sobre todo la de-saparición de la rana”, afirma Xavier Lazzaro, del Instituto de Investigación para el Desarrollo (IRD) de Francia.
“Queremos comprender la geodinámica del mercurio, qué es lo que controla las concentraciones de este elemento químico, pero no las totales (que también las medimos), sino las biodisponibles: las que se acumulan en la cadena trófica y se biomagnifican y llegan al hombre a través de los peces”, explica Darío. Y para eso no es suficiente medir la cantidad de mercurio que hay en el agua, pues puede ser menor que la que absorben las algas. “Es particularmente inquietante porque puede acumularse (bioacumulación y biomagnificación) en muchos peces de agua dulce y salada comestibles, así como en mamíferos marinos comestibles, en concentraciones miles de veces mayores que las de las aguas circundantes”, según el documento publicado por el PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente) en 2002, Evaluación Mundial sobre el Mercurio.
Cuando este elemento químico se combina con carbono se convierte en un compuesto orgánico, líquido e incoloro, conocido como metilmercurio. Las bacterias son las que se encargan de hacer esta transformación. Cómo se da este proceso, es lo que estudian los científicos.
Con las manos en el agua
Varios trajes de neopreno se secan al sol colgados de una carpa en el patio del hostal: son de los buzos que han llegado desde Francia para colaborar en la investigación. Más allá hay unas gradas que dan a un rústico embarcadero en el que están atracados dos pequeños barcos. El capitán de uno de ellos es Nicolás Catari quien, además de ser el piloto, es el constructor: hace medio siglo que lo fabricó, cuando tenía apenas 15 años. Xavier y Stefany Rocha, integrante boliviana del equipo, suben a la embarcación de al lado, capitaneada por Ramón Catari, y se adentran en las aguas del Lago Menor.
Se detienen más allá de los criaderos de truchas, donde se halla una pequeña barca en la que está un hombre aguardando. En el agua se ven burbujas: hay un buzo que lleva 40 minutos sumergido. Está comprobando el estado de uno de los aparatos que él y sus compañeros con trajes de neopreno colocaron a mediados de abril, llamados cámaras bentónicas, que “han creado un microlago ahí adentro”, como lo describe Xavier, que permiten medir parámetros in situ y también colectar muestras.
Al preguntarle a qué profundidad está el buceador, el investigador del IRD saca una especie de linterna. La dirige al agua un instante, mira el mango y responde: “5,7 metros”. Luego, Stefany y él muestran otras maravillas que llevan a bordo y que son su equipo de trabajo, como una sonda que mide la penetración de la luz, el pH, el oxígeno y la turbidez, y calcula la profundidad, y otra que determina la cantidad de algas microscópicas que hay en el agua usando un flash que excita los pigmentos de estas plantas acuáticas. Detecta hasta cuatro tipos de algas. “Antes había que sacar muestras y verlas en el microscopio”, apunta Xavier.
También tienen un radiómetro para saber hasta qué profundidad llegan los rayos solares y una Caja Schindler para recoger seres microscópicos.
Una vez que las sondas han terminado de hacer sus respectivas mediciones, las sacan del lago, las meten en un cubo con agua (no pueden quedarse secas) y las conectan a la computadora portátil. “Este equipo nos ha cambiado la vida”, dice el investigador del IRD. Antes había que analizar las muestras en el laboratorio. “Ahora se tienen directamente los datos”. La única demora es el tiempo que la laptop necesita para procesar la información.
Para completar la investigación, los científicos irán también al lago Uru Uru durante mayo y regresarán en noviembre a éste y al Titicaca. Luego, los aparatos medidores se quedarán en Bolivia para que sean usados en futuros estudios. Y es que, señala Xavier, importar estas máquinas es caro: cuestan entre $us 20.000 y 30.000 y su arancel es el del 100%.
Cerca del barco hay una balsa de goma roja en la que está sonando la canción Narcotic, del grupo alemán Liquido, mientras el científico que va a bordo evalúa la cantidad de dióxido de carbono que absorbe el Titicaca que, según Xavier, parece que es considerable. “Es para entender cómo funciona el lago y saber cómo reacciona a los cambios”. La comparación entre los niveles del pasado y los actuales servirá para adaptarse a lo que depare el futuro.
Una vez que los que han recopilado muestras regresan al laboratorio de Huatajata comienza otra parte del trabajo. Darío apunta su mano hacia unos tubos. “Eso que ves ahí es el fondo del lago”. Los encargados de esta parte del estudio extraen sedimentos que luego cortan, capa por capa, para estudiarlos. Otros incuban sustancias para inhibir diferentes grupos de bacterias y ver quién es el responsable de procesos como el de la reducción del mercurio.
Las emisiones de este elemento pueden darse de forma natural a través de erupciones volcánicas o por la erosión de las rocas pero, también, por las acciones humanas, como las quemas y la deforestación. “En los bosques amazónicos hay mucho mercurio depositado en los suelos”, señala Darío. Cuando la flora ha sido destruida, la lluvia lo arrastra hasta los ríos. El uso de combustibles fósiles y la minería a pequeña escala son otras fuentes de emisión de mercurio.
Las minas auríferas
Los datos recopilados por el PNUMA y publicados en 2013 en el documento Mercury: Time to act indican que Sudamérica ocupa el tercer puesto mundial en emanaciones mercúricas: el 12,5 %. Comparte este poco glorioso podio con el Este y Sudeste Asiático (39,7% de las emisiones globales) y el África Subsahariana (16,1%).
En esta parte del mundo, la extracción artesanal o a pequeña escala de oro produce el 37% del total. Según la publicación del PNUMA, en Bolivia hay alrededor de 100.000 pequeñas minas auríferas que generan entre 25 y 50 toneladas al año del elemento químico contaminante.
¿Y por qué son tan preocupantes estas cifras? El mercurio deteriora los sistemas nervioso e inmunológico y ocasiona anomalías en el desarrollo de los embriones, entre otros efectos perjudiciales para la salud humana.
Aunque la situación no es “dramática”, según Darío, es necesario entender el problema. “Es la primera vez que se hace un estudio de mercurio a este nivel de detalle. Esperamos, con el conocimiento que vamos a generar aquí, no quedarnos solamente en el aporte al lago Titicaca, sino hacer una contribución global para la comprensión de cuáles son los factores que controlan la dinámica del mercurio en todo el mundo”.
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