Casi inadvertidos, los asentamientos sostenibles, que integran vida comunitaria y preservación de los recursos naturales, se multiplican en Argentina como alternativa al consumismo desenfrenado.
Algunos nacen como proyectos familiares que se afianzan y sirven de núcleo para la formación de una villa. Otros arrancan como idea colectiva de amigos que comparten una misma visión del mundo.
“Es un poco recuperar la libertad”, define Tania Giuliani, una bióloga con una maestría en desarrollo sustentable que participa en la creación de una aldea ecológica en una isla del Tigre, al noreste de la capital argentina.
Giuliani mantiene un cargo docente en Buenos Aires pero ya se despidió de su apartamento en la ciudad para acelerar los trabajos de construcción de su casa en la isla, hecha con materiales del entorno, en armonía con el paisaje del humedal.
En el proyecto i-tekoa (aldea de agua en lengua guaraní) participan además de Giuliani otros siete amigos que aceptaron el reto. Planifican levantar las ocho casas y un centro comunitario donde brindarán talleres de arte, huerta y permacultura.
La permacultura -que puede entenderse como la contracción de “permanente agricultura” o de “permanente cultura”- surgió en la década de 1970 en Australia. Según explica Carlos Straub a Tierramérica, “se trata de diseñar modelos de desarrollo sustentablea donde el ser humano pueda vivir en armonía con la naturaleza”.
Antes de lanzarse al proyecto i-tekoa, Giuliani vivió en una ecoaldea en Nueva Zelanda. Para ella, el capitalismo impone un estilo de vida individualista, consumista y antinatural del que cada vez más personas buscan escapar.
“Uno lleva una vida solitaria y materialista, trabajando todo el día para regresar a un apartamento y tener que comprar alimentos con químicos”, señaló a Tierramérica.
Junto a amigos tan descontentos como ella con su estilo de vida, adquirió el predio y está erigiendo las viviendas y un centro comunitario. Las obras se llevan a cabo sin rellenar ni disecar el terreno que es pantanoso, para respetar la función purificadora del humedal.
Los árboles de especies introducidas son talados y su madera empleada en la construcción de las viviendas. En su lugar se siembran especies nativas. Para el saneamiento están debatiendo si usar baños secos o un biodigestor.
“Vivir solamente de la naturaleza nos parece un poco utópico. La idea es vivir de la huerta y de los talleres que vamos a brindar y, de a poco, ir soltando los trabajos que tenemos en la ciudad”, aventuró Giuliani.
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