Pueblos indígenas quechuas, guaraníes, aymaras y quechua-mestizos de 50 municipios del país revalorizan los saberes ancestrales de sus comunidades como una estrategia para proteger y recuperar la riqueza natural que se ve amenazada por el calentamiento global.
Desde el año 2010 el Programa Nacional Biocultura del Ministerio de Medio Ambiente y Aguas (MMAyA), ejecuta más de 32 proyectos en 3 ecorregiones de Cochabamba, Chuquisaca, Tarija, La Paz y Oruro. La Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación (Cosude) brinda el apoyo financiero a esta iniciativa, según informó el coordinador nacional de Monitoreo y Evaluación del Programa, César Escobar.
Habitantes yamparas de la comunidad de Presto (Chuquisaca) revalorizan los saberes ancestrales referidos al manejo del árbol de palma. Los abuelos les enseñaron a usar sus hojas para la cestería y romper el carozo (pepa) de sus frutos para extraer el jugo de janch’i coco (coco triturado). Al ser un proceso muy moroso, esta práctica ancestral estaba desapareciendo, y con ella el valor que se le otorgaba al árbol. Poco a poco las palmas eran derribadas para habilitar nuevas tierras agrícolas.
Con el apoyo de técnicos del Programa se incorporaron pequeñas prensas que permiten romper con mayor facilidad el carozo. Asimismo se compraron molinos que facilitan el trabajo. Complementariamente se capacita a los habitantes para realizar la siembra de algunos productos sin que éstos afecten la vida de las palmas.
Por otro lado, comunidades quechuas del municipio de Bolívar, asumen estrategias para asegurar la producción del chuño. La variedad de papa luk’i, tradicionalmente destinada a la elaboración del chuño ya no cuenta con las condiciones climáticas para su producción.
“El chuño es el único producto que puede almacenarse por mucho tiempo y asegurar alimento en épocas de baja producción”, explicó, Edgar Cuba, técnico investigador del Centro Universitario Agruco de la Universidad Mayor de San Simón.
Los campesinos recuerdan que los abuelos de los ayllus cultivaban esta variedad, también, en suelos denominados chhallas (de pedregocidad fina) y actualmente están abocados a identificar este tipo de suelos para producir papas luk’is. En zonas altas donde antes producía la variedad luk’i ahora se produce las papas wayk’us o harinosas.
“Se trata de reorientar la producción, acompañado de un manejo agroecológico en la fertilización de suelos y el control de plagas”, explicó Escobar.
Los efectos del calentamiento global se evidencian también en el deshielo del nevado de Sajama con el que incrementó la disponibilidad de agua en zonas que anteriormente estaban abandonadas.
Comunidades de Turco y Curahuara en el Parque Nacional Sajama aprovechan esta situación para ampliar la superficie de bofedales destinados al forraje. Para asegurar el aprovechamiento y la sostenibilidad de estos recursos -agua y forraje- se revalorizó la rotación de pastoreo del ganado con un sistema semi estabulado (guardado) implementando pequeños cercos de media hectárea.
Entre tanto, guaraníes mestizos de Villa Vaca Guzmán, del Parque Nacional Iñau, enfrentan la escasa disponibilidad de agua, que limita la producción agrícola al cultivo de maní o en su defecto ampliar la frontera agrícola hacia el bosque. Esta situación es afrontada con la construcción de represas rústicas y la instalación de tuberías que con una extensión de 20 kilómetros les permite distribuir agua en sistemas de riego por asperción.
Por la fragilidad de sus suelos, se implementó la milenaria rotación de cultivos, cultivando el primer año maní, el siguiente maíz y el tercer y cuarto año el descanso con pastizales para el ganado.
La cultura es el medio más eficaz para la conservación
La estrategia para la conservación de la biocultura en Bolivia está centrada en la revitalización de las culturas, como fuente inagotable de prácticas amables con la naturaleza, según explica el docente investigador del Centro Universitario Agruco, César Escobar.
OPINIÓN (O): ¿Cuál es la principal dificultad para conservar la biodiversidad?
César Escobar (CE): La inversión pública está muy orientada a obras de infraestructura y no así en proyectos de conservación, forestación o revitalización de semillas. Es muy difícil motivar a las autoridades y dirigentes para este tipo de programas.
O: ¿Qué ha permitido superar esta limitación?
CE: Fue altamente importante la revalorización y reflexión sobre la vigencia absoluta de sus conocimientos ancestrales. Esto nos ha permitido hacer frente a la baja autoestima de algunas comunidades.
O:¿Qué rol juega la cultura en este proceso?
CE: La cultura es el medio más eficaz para conseguir objetivos como la seguridad alimentaria, la conservación de recursos naturales y la biodiversidad. Los conocimientos ancestrales están ligados a una cosmovisión, a una cultura.
Parte de la cultura de un pueblo se expresa en su forma de organización. Estos proyectos están apoyados en formas organizativas como el ayllu o el sindicato para que además de cumplir su rol estrictamente gremial o de regulación de la vida social, asuman roles de conservación de recursos naturales y de producción.
O: ¿La implementación de estas iniciativas pueden ampliarse a comunidades no originarias?
CE: Podría aplicarse en cualquier contexto, aunque siempre es más rápido y viable en contextos organizativos de las comunidades indígenas.
Los elementos culturales garantizan mejores condiciones de conservación de recursos naturales y de seguridad alimentaria. La prueba clara de este concepto es que Bolivia ya lleva más de 30 años con modelos de desarrollo externos y hasta ahora los niveles de pobreza son preocupantes.
O: ¿Cuál es el desafío?
CE: Hasta ahora la experiencia implementada con 10 mil familias y en 50 municipios, es todavía relativamente pequeña; nuestro desafío es que esto se convierta en una política pública y que se implemente de manera masiva.
La mujer tiene un rol vital en el proceso de revalorización
La riqueza de la biodiversidad en Bolivia está fuertemente ligada al manejo de los ecosistemas bajo la organización de las comunidades, donde según cada cultura, todo hombre y toda mujer tienen roles definidos en cada actividad, según asevera la exviceministra de Medio Ambiente, Biodiversidad y Cambio Climático, Beatriz Zapata.
Actualmente Zapata trabaja en el Programa Biocultura elaborando una estrategia a nivel nacional que permita transversalizar la participación de la mujer no sólo en el ámbito productivo sino también en la toma de decisiones de los diferentes niveles de organización local y del Estado. Según la experiencia en los proyectos del Programa Biocultura se identificó que si bien la mujer empieza a visibilizarse organizándose a través de movimientos sociales como la Federación de Mujeres Campesinas, todavía falta un refuerzo a su incidencia en la toma de decisiones para la asignación de recursos en proyectos que transversalicen su participación. Ancestralmente las comunidades indígenas asignan y reconocen su participación en las actividades productivas, sin embargo el reto está en que ahora las mujeres puedan generar todas las condiciones -económicas, sociales y políticas- para materializar su propósito. Un avance positivo se muestra en el municipio de Yunchara, donde la Alcadesa y la directora de un área protegida, dinamizan el proyecto.
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