miércoles, 6 de marzo de 2013

El cambio climático, una forma de combatirlo

De todas las regiones más importantes del mundo, Europa es la que más se esfuerza por aplicar políticas encaminadas a contrarrestar el cambio climático causado por el hombre. Sin embargo, la piedra angular del planteamiento de Europa, el régimen de comercio de derechos de emisión de los gases que provocan el efecto de invernadero y causan el cambio climático, tiene problemas. Esa experiencia sugiere una estrategia mejor, tanto para Europa como para el resto del mundo.

La historia fundamental del cambio climático causado por el hombre está resultando cada vez más clara al público mundial. Varios gases, incluidos el dióxido de carbono, el metano, el óxido nitroso, calientan el planeta a medida que aumentan sus concentraciones en la atmósfera. Al crecer la economía mundial, aumentan también las emisiones de dichos gases, lo que acelera el ritmo del cambio climático causado por el hombre.

El principal gas de los que provocan el efecto de invernadero es el dióxido de carbono. La mayoría de las emisiones de CO2 son consecuencia de la quema de combustibles fósiles –carbón, petróleo y gas natural– para producir energía, cuyo consumo mundial está aumentando con el crecimiento de la economía. A consecuencia de ello, vamos camino de tener niveles peligrosos de CO2 en la atmósfera.

Hace veinte años, el mundo acordó reducir en gran medida las emisiones de CO2 y otros gases que provocan el efecto de invernadero, pero se han logrado pocos avances al respecto. Al contrario, el rápido crecimiento de las economías en ascenso, en particular China, que quema carbón, ha hecho que las emisiones de CO2 se hayan disparado.

Ya han empezado a producirse cambios peligrosos en el clima. Si el mundo sigue por su trayectoria actual, las temperaturas mundiales acabarán aumentando varios grados centígrados, lo que hará subir los niveles del mar, provocará megatormentas, graves olas de calor, malas cosechas en gran escala, sequías extremas, inundaciones de grandes proporciones y una marcada pérdida de la diversidad biológica.

El sistema energético
No obstante, el de cambiar el sistema energético del mundo es un empeño ingente, porque los combustibles fósiles están profundamente imbricados en el funcionamiento de la economía mundial. El petróleo constituye el combustible principal para el transporte a escala mundial. Se quema carbón y gas en cantidades enormes y que van en aumento para producir electricidad y proporcionar energía para la industria. Entonces, ¿cómo podemos mantener el progreso económico a escala mundial y al tiempo reducir profundamente las emisiones de carbono?

Esencialmente, hay dos soluciones, pero no se ha desplegado ninguna de las dos en gran escala. La primera es la de sustituir en masa los combustibles fósiles por las fuentes de energía renovables, en particular la eólica y la solar. Algunos países seguirán usando la energía nuclear. (La generación de energía hidroeléctrica no emite CO2, pero solo quedan unos pocos lugares en el mundo en los que se puede extenderla sin importantes costos medioambientales o sociales.)

La segunda solución es la de capturar las emisiones de CO2 para almacenarlas bajo tierra, pero aún no se ha comprobado en gran escala la eficacia de esa tecnología, llamada de captura y secuestro de carbono. Un método es el de capturar el CO2 en las centrales en las que se queme carbón o petróleo. Otro es el de capturarlo del aire.

En cualquiera de los dos casos, harán falta inversiones importantes en investigación e innovación suplementarias antes de que llegue a ser una tecnología viable.

El gran problema es el tiempo. Si dispusiéramos de un siglo para cambiar el sistema energético del mundo, podríamos sentirnos razonablemente seguros. Sin embargo, debemos haber concluido la mayor parte del paso a la energía con escasa utilización de carbono a mediados de este siglo, cosa que resulta difícil, en vista del largo periodo de transición necesario para renovar radicalmente la estructura energética del mundo, incluidos no solo los sistemas de transporte, las centrales eléctricas y las líneas de transmisión, sino también los hogares y los edificios comerciales. No hay tiempo que perder, la necesidad de que todas las regiones más importantes del mundo adopten políticas energéticas previsoras y prácticas es más urgente que nunca.

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