La vida en la Tierra existe por cuatro mil millones de años. Nosotros existimos por apenas doscientos mil pero el impacto que hemos tenido ha sido tan enorme como nuestra capacidad de autoengañarnos. Si dijera que la vida es un milagro muchos entenderían que hablo de intervención divina, de una inteligencia superior, de la existencia de un creador y de un diseño. Pero no quiero decir eso, estoy diciendo que la vida es un milagro en términos de probabilidades. Todo se ha dado paso a paso gracias a un montón de casualidades.
Vivimos en un planeta que ni tan cerca del Sol, ni tan lejos, justo como para permitir la vida. La Tierra tiene un núcleo que gira y al hacerlo crea un campo magnético que no sólo mantiene nuestra atmósfera en su lugar sino que además nos protege de los vientos solares -que de otra forma terminarían con la capa de ozono que limita la penetración de radiaciones ultravioletas, nos nutre de oxígeno y sostiene la vida que conocemos. ¿Es mucha casualidad? Puede que sí. Pero se dio y lo que sea no es discutible es realidad.
La creación de lo vivo, lo orgánico, a partir de lo inorgánico es posible. La teoría que trata de explicar el proceso del origen de la vida se llama Abiogénesis. Ya en 1950 Urey y Miller comprueban que tanto aminoácidos como las bases componentes del ADN y otro tipo de compuestos orgánicos pueden formarse naturalmente bajo condiciones similares a las de la Tierra Primigenia -o en el medio ambiente de hace miles de millones de años: volcánico, rico en amoníaco y metano y bombardeado por rayos cósmicos de alta energía. Louis Allamandola el 2001, demuestra que también se puede sintetizar material orgánico en el espacio profundo usando una cámara al vacio enfriada y muchos nitrilos, alcoholes e hidrocarburos circulares.
Aquel planeta primigenio, muy diferente al de hoy, tenía un cielo rojo, producto de su alto contenido de dióxido de carbono, y un mar verde aceituna, por su alto contenido en hierro. Aquel planeta era un planeta tóxico para nosotros, pero no por ello era estéril de vida. La vida sobrevivía en condiciones muy extremas, la especie que antes llamábamos Arqueo-bacterias, hoy simplemente Archaeas se multiplican extrayendo energía del amoníaco, del hidrógeno y de la sal y producen muchas veces metano. Un grupo particular llamado Cianobacterias, o algas verdesazules, revoluciona la captación de energía atrapando la energía del sol con sus pigmentos; el proceso es único, se llama fotosíntesis y genera oxíge-no. Las cianobacterias existen hoy, y están en las plantas verdes en forma de cloro-plastos asegurándole a estas capacidad fotosintética. Los estromatolitos se encargan de enriquecer la atmósfera de oxígeno, tanto que esta al-canza a tener veinte mil millones de tone-ladas de oxí-geno que es el gas esen-cial para nues-tra vida. La Tierra es el único planeta del sistema solar que tiene una atmósfera cargada de oxígeno, un logro que cuesta dos mil millones de años de oxigenación y que tornan al planeta ver-de en planeta azul. Azul se torna entonces el mar de la Tierra, despejado de hierro, y azul se vuelve su cielo, limpio de gases tó-xicos. El oxígeno genera la capa de ozono que, además de ser un recurso en la diná-mica formación de aquel, nos protege de radiaciones ultravioletas que terminarían con nosotros.
En la dinámica formación de nuestro ho-gar, la Tierra, emergen los escudos conti-nentales que darán lugar a las masas continentales que hoy habita-mos, emergen gracias al granito -un material suficien-temente li-viano como para no hundirse. Aquel planeta de cielo rojo, mar verde aceituna, salpicado de volcanes, comienza a tomar la forma del planeta de cielo y mar azul y escudos continentales, nuestro ho-gar. Si este planeta nuestro no tuviera un centro compuesto por hierro y níquel giran-do como un dínamo y generando un campo magnético, nos hubiéramos podido quedar fácilmente sin atmósfera, decimada por los vientos solares que habrían dejado al pla-neta desnudo y sin vida. Tanta maravilla parece milagrosa pero se ha dado paso a paso tomando miles de millones de años.
No sólo la formación de la Tierra es ex-traordinaria, mirando a los seres vivos ad-mira que la célula más simple contenga elementos tan complejos que pueden ser la envidia del mejor ingeniero. Los árboles son esculturas perfectas que se levantan hacia el Sol para recibir sus rayos y atrapar su energía que transforman en crecimiento y madera, que es un recurso de energía, y produciendo oxígeno que renueva y enri-quece nuestra atmósfera. Los ciclos del agua son de renovación constante y aun-que todas las especies hemos bebido la misma agua no por eso ha dejado de ser pura y nueva para cada organismo que la bebe. La captura de la energía del Sol, la flexibilidad de la molécula de agua (con sus tres fases, líquida, gas y sólida) y el enri-quecimiento de los suelos han permitido la vida en el planeta. De una u otra manera Archaeas, Cianobacterias, árboles, plan-tas, animales y nosotros necesitamos cap-turar la energía del Sol para vivir y mante-ner el equilibrio que permite el funciona- miento de este extraordinario ecosistema.
Las Archaeas capturan la energía del hi-drógeno y el carbón del dióxido de carbono para reproducirse -algunas han sido res-ponsables de crear depósitos de gas metano en el planeta. Las Cianobacterias usan la energía del agua para fijar el carbono en ese proceso que inventaron (fotosíntesis) y enriquecen de oxígeno el planeta. Los árboles hacen lo suyo gracias a los cloroplastos e igual hacen las plantas verdes. Nosotros, incapaces de foto-sinte-tizar nada, consumimos otros seres vivos como recurso de energía, energía que que-mamos para vivir, crecer y reproducirnos. Esencialmente todos los seres vivos usa-mos la energía del Sol, directa o indirecta-mente. Aunque no nos alimentemos de vegetales dependemos de las plantas, base de la cadena alimenticia del planeta, y necesitamos beber agua. Pero, acaso ¿tenemos idea de lo que cuesta producir un kilo de papas, de arroz o de carne?
En el documental HOME, que si no ha visto le recomiendo vea, vemos que produ-cir un kilo de papas requiere, además de nutrientes, cien litros de agua, que un kilo de arroz necesita cuatro mil litros y uno de carne de res trece mil. Bien me doy cuenta de que parece imposible. Aunque creo que entendemos el valor del agua gracias a la sed, no estoy tan segura de que nos de-mos cuenta de lo fundamental que es para nuestra existencia. Pienso que olvidamos temporalmente que es un recurso limitado. Es bastante obvio que nos preocupa poco preservarla o incluso protegerla de los contaminantes que en nuestras activida-des generamos. La ciudad que usa más agua en el mundo es Las Vegas, un espe-jismo en el desierto que consume entre ochocientos y mil litros de agua diarios por persona. El uso de insecticidas y pestici-das sigue en aumento. Y los humedales, críticos en reciclar el agua del planeta, continúan desapareciendo y en los últimos cien años se han secado la mitad de ellos.
Desde que descubrimos el fuego los humanos nos hemos beneficiado del uso de varios recursos de energía, la madera seca, el carbón, el gas natural y el petró-leo. La madera es biogénica generada por los árboles. El carbón es dividido en mine-ral, según argumentan unos en el caso del carbón negro, o en biogénico en el caso del carbón marrón o lignita. Gas y petróleo, puede que tengan ambos orígenes, inorgá-nicos y orgánicos, este es un tema en dis-cusión. Ciertas cantidades pueden ser re-sultado de procesos orgánicos y otras de formación mineral, el debate lleva un siglo y ha renacido últimamente. El origen bio-génico o abiogénico del petróleo es un asunto porque de ser fósil es obviamente finito, un asunto porque estaríamos llegan-do a su fin, y de no serlo podría ser muy abundante. Quienes teorizan que gas y petróleo son minerales emi-grados de las profundidades de la Tierra, argumentan que allí son muy abundantes y sugieren que debemos desa-rrollar tecnologías de extrac-ción, extraerlos y disfrutar de ellos sin temor de que se ter-minen.
En realidad, se pierde de vista que el Petro-Mundo que hemos creado es insosteni-ble por varias razones y que la Tierra no puede absorber el nivel de contaminación que esto significaría. El calenta-miento de la Tierra, la conta-minación de las aguas en procesos de extracción y de-bido al nivel de consumo que favorece la locura del creci-miento sin fin que hemos in-ventado son insostenibles. La continua y creciente liberación de dióxi-do de carbono y otros gases invernaderos que liberamos implica la vuelta al planeta de cielos rojos, ricos en dióxido de carbo-no, y drásticas transformaciones en la bios-fera; una vuelta al aire tóxico es incom-patible con la existencia de especies que requieren oxígeno para vivir como la nues-tra.
Pero si bien la realidad se hace cada día más obvia, nuestras perspectivas parecen estar muy atrás. Dubai es el mejor alumno de occidente, aunque es una ciudad musul-mana. Dubai es como un faro que transmi-te los principios del Petro-Mundo y por ello es también el ejemplo más extremo de la locura occidental. Una ciudad de espejos y de vidrios en el desierto, sufriendo periódi-cas tormentas de arena. Torres gigantes-cas arañando el cielo, pero torres ciegas que necesitan ser “bañadas” de arriba aba-jo para recuperar la vista, enceguecidas por las arenas del desierto. En un mundo donde el agua potable no existe pero se crea desalinizando el agua de mar, un pro-ceso carísimo pero sostenido por la riqueza petrolera de los Emiratos, el agua no es preservada. Dubai es un espejismo: una ciudad con Sol constante pero donde no se usan los paneles solares para utilizar la energía del Sol. Dubai es una ciudad que construye islas artificiales y lujosas en el mar pero se nutre de alimentos que llegan de todas partes del mundo porque no tiene un kilómetro cuadrado de suelo cultivable. Dubai considera levantar toldos gigantes de vereda a vereda para que sus habitan-tes compren afuera en las tardes de Sol abrasador y con temperaturas de 40 gra-dos. Dubai es la ciudad que existe gracias al aire acondicionado que zumba contínuo de edificio en edificio. Pero Dubai es admi-rada por los turistas del mundo que la visi-tan justamente por ser un mirage en el desierto, y por lo tanto es el mejor testimo-nio de nuestros valores y nuestra locura.
Hemos confundido desarrollo y progreso con crecimiento. Quizás por eso cada vez que mi hijo menor me visita siento que ten-go casi que disculparme de haber elegido para vivir una ciudad relativamente peque-ña como Halifax. Confieso que se me hace arduo defenderla en sus virtudes si la com-paran continuamente con New York, Atlan-ta o Montreal, no porque no las vea perso-nalmente sino porque están en contradic- ción con esa idea del crecimiento eterno y del valor de lo “grande sólo porque es grande.” Estamos perdidos como especie, pienso, si las generaciones que nos siguen no pueden imaginar siquiera que hay virtud en lo pequeño, en lo racional, en lo soste-nible.
Seguimos usando los números como fórmula mágica de medir progreso y estos favorecen el crecimiento continuo como que fuera posible, como que el mundo mismo donde vivimos no fuera un sistema cerrado y finito. Me imagino al mundo co-mo un gigante deformado sostenido ape-nas por unas piernas delgadas y con un cuerpo muy obeso en la cima. Queremos seguir ignorando que los criterios que usa-mos para medir la realidad afectan nuestra perspectiva. Perseguimos un continuo au-mento del Producto Interno Bruto (PIB) y favorecemos cualquier negocio especulati-vo y fraudulento y cualquier explotación de la naturaleza para aumentarlo. No nos preocupa la lógica, la justicia ni la redistribución. ¿De qué sirve crecer si unos pocos en la cima acumulan las rique-zas? ¿Cuánta riqueza es ne-cesaria para ser feliz? ¿Cuánta pobreza y locura es soportable? ¿Cuánta injusti-cia y opresión?
Hasta quienes cuestionan el modelo dominante por in-justo no siempre lo ven como es: el destructor de la vida en la Tierra y una locura insostenible. Incluso entre quienes lo cuestionan dominan las aspiraciones al “desarrollo” que imitan al centro, padrón muchas veces para la peri-feria. Pocos ven al centro en su decaden-cia, violento, crecientemente desigual e ingobernable. Pocos se dan cuenta que sus candidatos políticos parecen salidos de un hospital para enfermos mentales, sin despreciar a aquellos seguramente más cuerdos que todos estos. Lamentablemen-te, nuestra capacidad para engañarnos es muy grande y nuestro compromiso con el Petro-Mundo lo es también. Somos parte de esta pesadilla que nos atrapa como la flama atrapa a las mariposas. Somos gen-tes de estos tiempos, donde poco se cues-tiona y menos se piensa, donde lo desagra-dable queda metido por allí en algún cajón del subconsciente, tiempos de fingir que todo está bien y que somos felices, tiem-pos de imaginarnos que podemos vivir so-los, absolutamente solos, comunidades de uno, por uno y para uno.
Nos cuesta imaginarnos modelos alter-nativos, sostenibles, razonables, justos. Seguimos corriendo al despeñadero a ma-yor y mayor velocidad, confiando que algu-na tecnología ha de salvarnos, ignorando lo que nos incomoda. No vemos el bosque por el árbol que estamos empeñados en cortar. ¿Cortaremos el último árbol? ¿Be-beremos, o pelearemos por beber el agua de la última fuente? ¿Acaso nos comere-mos las últimas plantas? ¿Mataremos la última res? Y luego… ¿que?
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