Me gusta comer carne, pero sé que mis preferencias tienen un costo. Un tercio de la superficie de tierra sin hielo está dedicado a criar animales que producen carne o leche. Y aproximadamente el 30% de los cultivos es para alimentarlos.
El último informe de la FAO sugiere que la ganadería es responsable del 14,5% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Si eso no fuera lo suficientemente alarmante, se estima que el consumo de carne se doblará en los próximos 40 años. ¿Cómo lo soportará el planeta?
En busca de respuestas fui a Estados Unidos y viajé a las vastas praderas de Flint Hill en Kansas. Allí el ganado aún es arreado por vaqueros y vaqueras. Pareciera ser una forma idílica de ganadería. Sin embargo, hay un gran problema.
Armado con un detector láser de metano, me sumergí en un rebaño de vacas y pronto estaba registrando niveles que habrían hecho sonar las alarmas si hubiera estado en un pozo petrolero.
Una sola vaca puede escupir hasta 500 litros de metano por día y su población mundial llega a 1.500 millones. El impacto medioambiental es enorme porque el metano es un gas de efecto invernadero 25 veces más potente que el dióxido de carbono.
El problema es lo que comen las vacas. Estos animales pueden vivir de una dieta de hierba, gracias a los microbios que viven en sus estómagos que descomponen la celulosa del pasto. Pero mientras lo hacen, también producen enormes cantidades de gas metano.
Ya que la hierba es lo que alimenta esta producción de metano, una forma de reducirla es cambiar lo que come el ganado. En Texas vi una forma muy diferente de ganadería: miles de vacas encerradas en recintos sin pasto alimentadas con una cuidadosa mezcla de maíz, grasa, antibióticos y hormonas de crecimiento.
Parecía lo opuesto a una ganadería ecológica. Pero su director ejecutivo, Mike Engler, argumenta que su ganadería es "más verde” que criar vacas en las praderas. Según algunos estudios, la carne producida de este modo emite hasta 40% menos metano que el ganado alimentado con hierba. En términos de emisiones, la ganadería intensiva alimentada con granos puede ser la más amable con el medio ambiente.
¿Qué más podemos hacer, entonces, para reducir el impacto medioambiental de la carne que comemos? Pues podemos elegir qué animales comer. Pero no todos los animales producen carne de igual forma.
A través de una técnica llamada Análisis de Ciclo de Vida, los científicos han sido capaces de poner en cifras el impacto de diferentes tipos de carnes. Los peores son los animales que se alimentan con hierba y producen metano, como vacas y ovejas. Las vacas producen el equivalente a 16 kilos de dióxido de carbono por cada kilo de carne y las ovejas, 13 kilos. Los cerdos producen la mitad de ese CO2, y los pollos sólo 4,4 kilos por kilo de carne.
Así que si le preocupa su huella de carbono, es mucho mejor que coma pollo que carne vacuna. Y, aunque quizás sea incómodo para algunos ecologistas, los mejores pollos para el medio ambiente (en términos de emisiones) no son los orgánicos de corral, sino aquellos que crecen en granjas intensivas. (BBC Mundo)
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