lunes, 13 de febrero de 2017

ÁREA NATURAL EL PALMAR Jucumari Janchicoco



La ‘J’, señalada entre las que más dificultades causan a los estudiantes de español cuando tienen que escribir o pronunciar una palabra, fue la última letra que se incorporó al alfabeto latino moderno, allá por el siglo XVI. No se le reconoce mayor mérito; al contrario, goza de una discreta→ →notoriedad en el vocabulario popular. Pero gracias a ella conocemos —por ejemplo— a Don Quijote de la Mancha…

Una igualmente modesta comunidad chuquisaqueña le rinde especial culto. Se trata de una región de tupidos bosques montanos, no muy lejos de Sucre, en la que casi todo gira en torno a la letra contenida en el nombre del ingenioso hidalgo de Cervantes y que originalmente fue una equis.

Otra curiosidad ha hecho que flora y fauna coincidieran en este punto del mapa bajo el rasgo distintivo de tan enjuto fonema. Casualmente dentro del municipio de Presto, a 141 kilómetros de la capital boliviana, en aquella comunidad denominada El Palmar y que se caracteriza por sus peculiares osos (de anteojos) y sus palmeras endémicas (únicas en el mundo). Ellos son los Jucumari y ellas, las Janchicoco.

El Palmar… el hogar de las Janchicoco, que crecen a más de 2.400 metros sobre el nivel del mar, y del escurridizo Jucumari que se deja ver, al menos en Chuquisaca, cada diez años hasta este 2017, cuando al parecer decidió abandonar su perfil bajo porque tres de sus ejemplares han sido avistados por dos guardaparques en un solo mes.

El lugar: El Palmar

Una palmera, de por sí, contagia tranquilidad. Y solo las jirafas, con jota, le compiten en parsimonia y figura.

La especie Parajubea torrally o Janchicoco se asocia con pinos de monte Podocarpus parlatorei en el bosque, ocupando espacios de la antigua cultura Yampara y formando un panorama idílico entre cañadones esmaltados de distintas tonalidades de verde. El Palmar, Área Natural de Manejo Integrado (ANMI) con una extensión de 59.484 kilómetros, se encuentra entre los cantones Rodeo y Pasopaya, pertenece a la provincia Zudáñez y es una de las “maravillas naturales” de Chuquisaca.

La comunidad está habitada por gente inmune al estrés del mundo de hoy: introvertida, apenas se comunica con el ocasional visitante; a pesar de las potencialidades de la zona, el turismo es demasiado incipiente. Lejos del ruido de la ciudad, las grandes emociones pasan por los sentidos, ante el majestuoso espectáculo diurno y nocturno cuando el cielo, por el entorno natural, empequeñece al observador en campo abierto de un infinito manto negro atiborrado de pintas blancas y le permite distinguir la vía láctea.

En los últimos años las noticias dieron cuenta de El Palmar nada más que por la entrega de viviendas mejoradas, en la que participó el vicepresidente Álvaro García Linera. Un acontecimiento imborrable en la memoria de los palmareños y en el pedazo de área natural aún marcado con la urbana señalización para helicópteros. Al contrario, casi desapercibido pasó el valioso apoyo del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) a diferentes proyectos que han beneficiado a esta población, como el dulce rendimiento de la Asociación de Productores de Miel de El Palmar, que entregan ese producto en sachet para el desayuno escolar de Presto; como las efectivas capacitaciones a guardaparques y comunarios, todas enfocadas en el turismo; como el silencioso trabajo de las jovencísimas tejedoras, próximas a concluir un taller de dos meses que→ →les permitirá generarse una oportunidad laboral.

Ni siquiera ha concitado la atención su bonita fábrica de galletas de janchicoco, el preciado fruto de la palmera que se comenzará a procesar de un momento a otro y que se constituirá en el próximo aporte, hecho realidad, del PNUD.

Turismo embrionario

Los caminos no ayudan para el turismo; por ahora tampoco hay hoteles ni restaurantes, carencias, estas últimas, que se resuelven contactando con anticipación a comunarios capacitados como guías. Ellos se organizan, junto a las mujeres, para ofrecer estos servicios en casas particulares.

“Recién está empezando a ir la gente. Antes, el camino era inestable. El alcalde de Presto, el profesor José Luis Pérez, está muy comprometido con el tema y esta gestión harán mantenimiento constante con la finalidad de hacer sostenible la llegada de turistas”, dice al respecto el director del ANMI El Palmar, Iván Alvis.

Para llegar a este lugar desde Sucre se toma la carretera que va a Tarabuco y Yamparáez, se atraviesa el pueblo de Presto y luego se dobla por un camino vecinal que conduce a Rodeo. El recorrido alterna pavimento y empedrado, en varios tramos, de mala calidad.

Alvis informa que los martes, jueves y sábados parten camiones desde el mercado El Morro para retornar el día siguiendo. Esporádicamente entran buses.

En total, el viaje en auto (preferentemente mediano, jeep o vagoneta 4x4) se completa en cuatro horas y media. Algo tedioso pero la esperanza de fotografiar un oso, aunque sea remota; la absoluta calma de los bosques de palmera; las enigmáticas cuevas con petroglifos en las rocas y el senderismo, por sitios inconmensurables, valen la pena.

Senderismo: Día 1

Por la mañana, bien temprano, la naturaleza ofrece aquí una vista imponente con la salida del sol entre las palmeras.

Con los madrugadores Juanito Escalante (guía) y Eleuterio Yucra (guardaparque), iniciamos un paseo de una hora y media con el objetivo de alcanzar una enorme piedra conocida por “K’ala rumi”, donde además tenemos la oportunidad de hacer cumbre escalando aproximadamente 200 metros. Una experiencia dura pero satisfactoria, que tiene como recompensa la mejor perspectiva de todas.

En las adyacencias hay cuevas con paredes repletas de petroglifos, algunos claramente alterados por niños traviesos y afectuosos enamorados. El guía Escalante dice que falta realizar estudios para saber exactamente la antigüedad de estos grabados, información que luego corroboraría a ECOS el director Iván Alvis.

“Esta región es todavía virgen en muchas cosas, (lo de los petroglifos) está pendiente de gestionar con expertos. Se está trabajando con la Universidad San Francisco Xavier y con el financiamiento del PNUD en el tema de la flora; se estima que tenemos más de 900 especies en el área”, agrega el mismo Alvis. Los comunarios suelen decir que “existirían vestigios de huellas de dinosaurio”, enfatiza después.

Él encabeza el “cuerpo de protección” del área natural, que está conformado además por nueve guardaparques, un jefe de protección y un administrador.

Antes de llegar a la fenomenal roca desnuda, a la “K’ala rumi”, pasamos primero por un frío pero vistoso cañón, en el que uno tiene la sensación de estar ingresando a una mina. Lamentablemente se ve afeado por una inoportuna tubería que, justo por este lugar, con proyección turística, conduce el agua para el sistema de riego de los comunarios.

Y más adelante viboreamos por otro, igualmente bellísimo pero a la inversa: este cañón es descendente, no apto para quienes padecen de vértigo.

En el camino vemos el aleteo de un alkamari y la escapada de una vizcacha; escuchamos el vuelo alto de la paraba frente roja (también en peligro de extinción) y uno más cercano y bullicioso de loros que planean emparejados de un nido a una palmera.

A propósito, el guía Escalante identifica dos clases de estas extraordinarias plantas: la “Muruchi” (mayormente con hojas verdes) y la “Cafia” (con hojas amarillentas, produce más frutos). Algunas alcanzan alrededor de 50 metros de altura.

Entre palmeras y osos

Localmente denominada Janchicoco (“coco áspero”, en quechua), es también conocida como palmera Pasopaya. La Parajubaea torallyi (nombre científico) crece entre los 2.400 a 3.400 msnm y está fuertemente amenazada, en peligro de extinción, según un estudio de L. Natali Thompson B., Mónica Moraes R. y Mario Baudoin W. publicado en 2009.

“Es considerada una rareza biológica y biogeográfica, ya que crece en hábitats poco característicos para la familia de las palmeras, en áreas de baja precipitación y a elevadas altitudes…”, acota la investigación, citando a Cárdenas, Moraes, Ribera y Liberman.

A decir del guía Escalante, la zona tiene dos manchas de palmeras, una de ellas denominada Palmarcito, el hábitat natural del oso Jucumari (Tremarctos ornatus), también llamado Oso frontino, Oso andino, Oso sudamericano o Ucumari. Allí no hay asentamiento humano alguno.

Los guardaparques utilizan cuatriciclos para vigilar lo más alejado del área, como Palmarcito, donde uno de ellos, Eleuterio Yucra, que hoy camina con nosotros, vio al Jucumari el pasado 8 de enero.

La última vez que alguien se había topado con uno de estos intimidantes mamíferos omnívoros fue hace diez años. Pero después de la sorpresa de Yucra, uno de sus colegas, Bernardino Vela Ilafaya, se encontró con dos osos más, en el mismo distrito de Palmarcito. Esto ocurrió el 19 de enero, según el parte oficial recibido por Alvis y que adjunta fotografías y videos. Los guardaparques calculan que estos Jucumaris medían aproximadamente 1,60 metros de altura.

El fruto de la palmera

Los comunarios utilizan los frutos, semillas y hojas de la palmera con fines de subsistencia, para la elaboración de artesanías y jugos.

“Por la categoría ANMI, la gente del lugar extrae el janchicoco (algo que está prohibido, por normas del SERNAP, para los visitantes; así se protegen las especies exóticas de fauna y flora). En Aiquile hay una feria anual de refresco de janchicoco, es decir, del fruto que sale de El Palmar. Se les permite que lo saquen de manera artesanal, porque forma parte de su sustento”, explica Alvis a ECOS.

Resulta curioso que el exquisito jugo de janchicoco no se comercialice en Sucre, sino que, por la proximidad, su mercado natural sea Aiquile y que de ahí salga a Cochabamba.

La extracción del janchicoco no es para nada sencilla. El coco cae primero como manzana (de hecho, así le llaman los comunarios) y es tan duro que solamente a golpes de piedra, y después de partir la nuez que está en su interior, se obtiene el producto. Para que una palmera dé sus primeros frutos se debe esperar entre 25 y 30 años.

Uso razonable

“Hacemos un uso razonable porque estamos conscientes de que esta especie está reconocida a nivel nacional e internacional; además, es nuestra fuente de sustento”, aclara Juanito Escalante, que nació en El Palmar pero, como la mayoría de los jóvenes, emigró en busca de oportunidades laborales. Explica que los comunarios utilizan las hojas de la palmera como soga, trenzada, para amarrar al ganado en temporada de siembra y como escoba para barrer. También les sirve para elaborar artesanías típicas como los sombreros; incluso como leña para hornear pan.

“Antes, cuando no había electricidad en nuestra comunidad, dentro del área protegida, la gente la utilizaba como antorcha para desplazarse de un lugar a otro en las noches”, complementa él.

Senderismo: Día 2

Al día siguiente nos adentramos en el área natural tomando un pintoresco sendero.

En este caso, aunque en cada tramo hay garitas para tomarse un descanso, la ruta tiene fuertes inclinaciones que imposibilitan su recorrido por personas adultas mayores.

Durante la caminata, Escalante y Yucre aclaran que está prohibido llevarse el fruto de la palmera.

Luego, el joven guía ensaya una explicación del por qué de las palmeras en semejantes alturas. Dice que, cuando se produjo la extinción de los dinosaurios (probablemente por el impacto de un asteroide o un cometa, o por un período de gran actividad volcánica), al formarse la Cordillera de los Andes, “se elevado la parte tropical hacia arriba”, con lo cual estas esbeltas plantas de jota pronunciada, “se han adaptado a la altura y el clima”. •

El solitario trabajo de guardaparque

Eleuterio Yucra es un hombre de carácter templado y de voz serena, aunque la mayor parte del tiempo se ve ensimismado en un silencio contemplativo. Viste de verde oscuro su ropa gruesa, de trabajo, y por sus interminables caminatas con las que cuida el orden del Área Natural y Manejo Integrado (ANMI) El Palmar, se acompaña de una radio canchera que invariablemente le habla en quechua.

“Como guardaparque trabajo hace más de seis años en El Palmar. Me he formado mediante la institución, ha habido algunos cursos de capacitación, de formación”. Es uno de los nueve guardaparques que tiene el ANMI El Palmar. Al mes, ellos trabajan 24 días continuos y descansan seis. En ese tiempo Eleuterio deja a su familia y la visita ocasionalmente, cuando alguno de sus recorridos coincide con la vecina Chajra Mayu.

Los guardaparques se distribuyen las expediciones por turnos, en tres distritos. Hacen seguimiento al estado de conservación de las especies de fauna y flora.

A Yucra le preguntamos si ha habido cambios importantes: “Se han mantenido las especies. El puma se ha multiplicado, en esta área se ha observado más, se han recibido más denuncia de los comunarios sobre ataques a sus animales domésticos. Constantemente vemos heces y huellas de pumas, también vemos a los animales. Salen a buscar alimentos, una presa, es un animal nocturno”.

“Nuestro trabajo es solitario, hacemos recorridos, solos o entre dos, para poder conservar y proteger. Como extensión comunitaria, participamos en las reuniones de asambleas y damos charlas en unidades educativas para sensibilizar sobre conservación”, agrega él. “Cada día tenemos una actividad programada, nos dirigimos a ciertos lugares donde se generan más infracciones ambientales, por comunarios o personas particulares que entran al área”.

¿Qué tipo de infracciones? “Tala de árboles e incendios. Pero, gracias a la conciencia de la población, se ha avanzado harto en la parte de conservación. La gente ya valora su recurso, ya no genera mucho, casi no hay tala ni incendios”. Este es un logro de los guardaparques, el producto de sus charlas de concientización en la zona.

“Se ha parado unos 20 minutos frente a mí… un poco me he temblado”

El siguiente es el testimonio en primera persona de Eleuterio Yucra, el guardaparques que avistó un oso Jucumari el 8 de enero pasado. Con él hicimos parte del recorrido que lo llevó a observar ese enigmático animal, después de ocho horas de caminata:

“Una de nuestras actividades es el monitoreo de las especies de fauna y flora en El Palmar. En uno de mis recorridos he visto un oso Jucumari, que es una especie bandera de nuestro ANMI El Palmar.

El 8 de enero yo realizaba mi patrullaje por la zona norte. Saliendo de mi campamento de El Palmar en la mañanita, por la tarde, a las cuatro y media llegué al lugar que nosotros llamamos Chajra Pampa. En la quebrada, bajando, he visto al oso Jucumari, de anteojos, una especie amenazada en esta área protegida que se ha observado poco.

He sacado fotos y video más (sonríe apenas, emocionado). Cuando llegué, el oso estaba comiendo; es herbívoro y carnívoro, ese rato estaba comiendo algunas hierbas. Yo decía en principio que se iba a espantar de mí, lo observaba a una distancia de 30 o 40 metros, pero fue al revés.

Me ha sentido y luego me ha visto; no era muy grande. Pudo bajar hacia mí, presumo. Yo me he parado: como era una quebrada, roca formada por agua, me he pegado un poquito a la pared. Y el oso seguía bajando, (entonces) ahí un poco me he temblado (sonríe nerviosamente), porque pensaba que me estaba por atacar. Seguía bajando, seguía bajando hasta llegar a una peña; hasta ese punto se ha bajado, unos diez metros.

Hacía ruidos, estuvo unos 20 minutos enfrente de mí, pero no hice nada, tampoco yo hice nada. Ahí un poco me he temblando pero tranquilos nos hemos quedado, tanto el oso como mi persona. De ahí el oso retrocedió, se ha dado la vuelta y se fue por la ladera, un lugar un poco accidentado, como para él. Se fue tranquilamente comiendo los pastos que le gustan.

Yo me he salido a un lugar visible, para poder hacer seguimiento al oso, y seguía observándolo. Se ha llegado a una roca grande, a una cuevita; ahí se ha descansado unas dos horas… En ese lugar yo seguía, porque tenía siempre la expectativa de verlo, de hacer seguimiento, de sacarle foto… gracias a Dios, he logrado sacar. El oso vino y dijo: ‘sacame foto’”.

* En la foto que acompaña este texto y que fue cedida gentilmente por el ANMI El Palmar, se ve al oso de anteojos fotografiado por el guardaparque Bernardino Vela, el pasado 19 de enero. Este fue el segundo avistamiento de osos en el mismo mes, por parte del personal del área natural.

El fabricante de pomadas que hace sombreros

En un almuerzo improvisado por la visita intempestiva de ECOS, conocemos a Juan Serrano, naturista que en su casa ofrece pomadas con distintas propiedades curativas. Unas, para el ‘desmando’ (así le llama a la enfermedad, según su explicación, provocada por el frío; “más que resfriado”, como una gripe). Otras para el reumatismo. “Del desmando se pasa al reumatismo; eso es más complicado”, asusta él.

En un precario estante vecino de las pomadas están las hierbas, que también tiene a la venta y se toman como mates en infusión. Pino, para la tos. Boldo y eucalipto, para el reumatismo y el dolor de estómago. Cola de caballo, para las heridas, lo mismo que la huira huira macho que promete, además, cuidar las vías respiratorias y bajar la fiebre. ‘Reloj-reloj’, para la hinchazón. Kinsa esquina, para el estómago, igual que la planta de llantén, aunque esta también es poderosa para los riñones. Y así…

“Anteriormente trabajábamos aquí con la Fundación ACLO, teníamos un grupo entre varones y mujeres y hacíamos pomadas; de ahí he aprendido. Ese grupo ya no funciona. ACLO ha contratado un naturista y él nos ha capacitado. Eso, en 1998-1999. Casi ya me estuve olvidando, pero en el pasado año, a través de PRODECO, yo mismo me preocupé de hacer más medicamentos. Y lo hemos logrado, con más aplicaciones”, dice Serrano.

Vende en Sucre, a 5 bolivianos cada una: “cuando voy, en mi bultito no falta mi pomada”. La bolsita de hierbas cuesta Bs 3.

El sombrerero

Juan Serrano, con la hoja de la palmera Janchicoco, hace paneros, joyeros y sombreros (uno de estos le ocupa tres días, si se aplica durante varias horas continuadas).

Este artesano se reconoce como un “sastre” que trabaja con hojas de la Janchicoco; “no es cualquier palmera, es muy especial, dura”.

Hojas sanas y secas. Después las tiñe en diferentes colores.

Taller de tejidos para mujeres

Cuando llegamos, un grupo de niñas y adolescentes de una organización de mujeres se capacitan dentro del Proyecto de Inversión Comunitaria en Áreas Rurales (PICAR), perteneciente al Ministerio de Desarrollo Rural y Tierras. De lunes a viernes, durante dos meses aprenden a elaborar artesanías en telares, donde hoy tejen con lana de acrílico mantas y monederos, el fruto de su aprendizaje que luego venderán en precios que oscilan entre 140 y 180 bolivianos las primeras, y entre 15 y 25 los segundos. Al término del curso, las máquinas se quedan en la comunidad.

Cristina Amadeo y Raúl Encinas son los capacitadores; ellos, que fueron contratados por el PNUD, armaron los telares. “Al principio siempre es un poco difícil”, dice Encinas, un experimentado profesor de artesanías que los últimos 25 años ha enseñado en distintos departamentos del país. “La clave está en enseñarles a hacer productos que pueden vender: reciben algún recurso y entonces ellas se motivan. Como este lugar es zona turística, es importante hacer productos para que compren los visitantes”.

Una de las aprendices tiene 13 años y se muestra tímida, sonríe en vez de compartir su nombre con nosotros. Sus profesores, que en quechua la incitan a responder nuestras preguntas sin éxito, dicen que es una de las más aplicadas. Ella apenas alcanza a exteriorizar entre dientes que, después del taller, continuará en el mundo de las artesanías. Si es así, el programa habrá logrado su objetivo: crear una fuente de ingresos para esta jovencita.

En El Palmar, según nos cuentan los lugareños, uno de los principales problemas es el de la migración de la juventud, que al no encontrar oportunidades económicas en su tierra parten a las ciudades (generalmente Sucre o Cochabamba, sino a países vecinos).

“Hay puros niños y ancianos”, comenta alguien y, lo podemos ver estando aquí.






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