Ni el humo que está enfermando a su comunidad, ni el fuego más cercano que está a 15 kilómetros impiden a Agustina Mancari y otras dos madres de familia ir a cosechar almendra chiquitana, su fuente de ingresos sostenibles en época seca. El dinero obtenido con esta venta, les permitirá pagar los gastos básicos de las tres familias.
Son las 5:00 del viernes 6 de septiembre en Palmarito de la Frontera, una comunidad en la Tierra Comunitaria de Origen (TCO) Monte Verde, del municipio de Concepción, ubicado en Santa Cruz, Bolivia.
En las casas, las mujeres preparan el desayuno y salen a ordeñar a las vacas. Aunque la producción de leche es escasa debido a la temporada seca, es suficiente para la comunidad. Los hombres, en cambio, encienden sus motocicletas para ir a trabajar en estancias, haciendas y colonias menonitas cercanas.
“La amenaza constante de incendios nos da miedo, nuestro bosque se puede perder”, dice Victoria Yopié, recolectora y ex cacique general de la comunidad, quien afirma que son 100 las familias que recolectan frutos silvestres.
Mientras tanto, bomberos comunitarios regresan cansados, tras haber pasado la noche sofocando un incendio a 30 kilómetros de distancia. Si el fuego avanza, arrasaría, como ya lo ha hecho en otras comunidades, ese pedacito del bosque seco manejado por mujeres, quienes preservan este bosque de manera sostenible.
La Chiquitanía, donde está Palmarito de la Frontera, cuenta con más de 100 frutos silvestres, de los cuales al menos 10 tienen un potencial industrial, económico y ecológico para conservar el bosque seco chiquitano, según Javier Coimbra, autor de la “Guía de frutos silvestres comestibles” de esa región.
“Nosotras conocemos nuestra tierra y sabemos qué cosechar, dónde y qué tiempo”, cuenta Leonilda Chuvirú, otra comunaria, mientras se alista para ir a recolectar almendras. Esto es signo de que conocen su territorio, su clima, su biodiversidad y qué ofrece en cada temporada. Por ello, sus habitantes son “guardianes” de su bosque, que ahora está en peligro.
LA RECOLECCIÓN DE LA ALMENDRA
A las 7:00, el grupo de mujeres, acompañadas de sus hijos, parte en un motocarro de carga, conducido por una adolescente, hacia la pampa comunitaria. La pampa está cubierta por una densa alfombra de pasto, paja y hojas secas, que fácilmente podrían alimentar incendios forestales. La tarea es recolectar los frutos acumulados debajo de los árboles.
Agustina Mancari recuerda que, en los años de buena producción, logró mejorar la construcción de su casa. Sin embargo, la recolección tomaba más tiempo debido a la falta de transporte, herramientas como palancas quebradoras, la participación limitada de la comunidad y el escaso apoyo disponible.
Aunque muchos de estos factores han mejorado, las familias ahora enfrentan un nuevo desafío: el fuego que amenaza la comunidad desde varios frentes, exacerbando la ya grave crisis climática.
Palmarito de la Frontera es la comunidad chiquitana más numerosa de Monte Verde. Según el censo de 2024, cuenta con 823 integrantes distribuidos en 240 familias. De estas, aproximadamente 100 recolectan almendra, asegura Victoria Yopié, de la Asociación Integral de Mujeres Buscando Nuevos Horizontes, que agrupa a recolectoras del lugar.
Este proyecto de recolección se inició en 2008 por iniciativa de la Fundación para la Conservación del Bosque Seco Chiquitano (FCBC), pero ahora es llevado a cabo por la comunidad y le implica una fuente importante de ingresos en la época seca.
Durante los 16 años del proyecto, el precio de la almendra ha subido, lo que es una gran oportunidad para mujeres y niños de la comunidad. En 2018 fue de 22 bolivianos, en 2020 fue 38 bolivianos y en 2024 alcanzó los 42 bolivianos. A través de la recolección, las mujeres y niños complementan el trabajo de los hombres que a veces tiene magra remuneración.
La misma FCBC estima que, en 2023, la Chiquitanía produjo 30 toneladas de almendra, generando un ingreso de aproximadamente 1.140.000 bolivianos para las comunidades de San José, Concepción, San Ignacio y Lomerío, beneficiando a la economía de más de 500 familias.
UN SUPERALIMENTO
La almendra chiquitana (Dipteryx alata) es uno de los recursos naturales más valiosos de la región. Este árbol nativo tiene gran valor ecológico y económico. La alta densidad de su madera lo convierte en un sumidero de carbono, sus raíces fijan nitrógeno, su pulpa es rica en almidón, apta para alimentar ganado en época de escasez de forraje. De su flor las abejas producen miel, y su carozo se utiliza para carbón y artesanías.
La semilla, conocida como nokomunish en bésiro, idioma chiquitano, es rica en nutrientes. Según la revista brasileña Brazilian Farmers, su alto contenido de proteínas, 30 por ciento, lo convierte en uno de los mejores frutos secos del mundo. Su agradable sabor es una mezcla de maní, nuez y anacardo, crujiente pero suave.
Sus propiedades nutritivas y su potencial para la conservación ambiental, lo han elevado al estatus de superalimento, de acuerdo con Brazilian Farmers. Además, su versatilidad culinaria permite utilizarla en una amplia gama de preparaciones, desde cócteles, pastelería, leches vegetales, aceite, mantequilla, comida tradicional, comida gourmet y, claro, snacks.
Este árbol se encuentra en el cerrado boliviano y brasileño, uno de los ecosistemas más biodiversos del mundo, según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF por sus siglas en inglés).
El bosque seco chiquitano alberga al cerrado, sabanas, humedales, monte alto, y pampas. En las pampas, compuestas de árboles de tamaño medio y separados entre sí, es donde justamente se hallan más almendras. Todas estas áreas cumplen distintos roles en la regulación del clima y el ciclo regional del agua.
En Palmarito, cada familia tiene mínimamente siete almendras en sus patios, aunque algunas cuentan con hasta 60 unidades. Estos árboles crecen de manera natural en terrenos comunitarios y en áreas privadas, poblando gran parte de las 19 mil hectáreas de Palmarito y, según la FCBC, está presente en más de 2 millones de hectáreas del bosque seco chiquitano, es decir, el tamaño de Israel.
La cadena de valor de la almendra chiquitana incluye recolectores, asociaciones de productores, acopiadores, distribuidores, comerciantes mayoristas y minoristas, tiendas, restaurantes, otros transformadores y exportadores. El eslabón clave son las comunidades recolectoras, que no sólo cosechan, sino que también despican (quiebran las cáscaras) y entregan el fruto a centros de acopio, generando una importante fuente de ingresos.
ES RENTABLE Y EMPODERA
Las mujeres juegan un rol crucial en este proceso, no sólo económico y ecológico, sino también social. “Este año ya hice 4 kilos, y espero llegar a 10. Con ese dinero pago la luz y el agua”, dice Ignacia Aponte, una de las recolectoras. Ese ingreso, generado gracias al cuidado del árbol en su patio, en las calles de Palmarito y en la pampa, se destina a gastos de primera necesidad.
A diferencia de años anteriores, el trabajo se ha aligerado gracias a las despicadoras. “Antes quebrábamos con machete y para hacer un kilo, tardábamos hasta tres horas, ahora con la quebradora, en menos de media hora hacemos un kilo”, recuerda Victoria Yopié.
Esta herramienta, en algunos casos autofinanciada y en otros, donada por organizaciones no gubernamentales o empresarios, genera un ahorro vital de tiempo. Sin embargo, Agustina Mancari, mientras quiebra el carozo con machete y martillo encima de un tronco, explica que a los dos años de uso las máquinas comenzaron a fallar. “Hay que mandarlas a reparar hasta Concepción”, dice.
Ruth Delgado, gerente de proyectos de la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN), afirma que la recolección de la almendra genera “reconocimiento en efectivo (en dinero) y empoderamiento” para las mujeres, quienes aportan significativamente al sustento familiar y tienen limitado acceso a otras oportunidades de generar ingresos.
Para muchas familias, el ingreso generado por la almendra es esencial, especialmente cuando los hombres se van lejos a trabajar y no envían dinero. “Con lo que ganamos compramos arroz, fideito y verduras”, relata Paulina Putaré, una niña de 11 años, que ayuda en la recolección.
El trabajo de las mujeres es valioso en un contexto donde la informalidad laboral es elevada, alcanzando más del 80 por ciento en el sector rural, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT). “A veces, los maridos no reciben su pago, les pagan menos o el patrón les hace esperar. Nosotras necesitamos buscar para la olla, porque todos comemos de la olla”, comenta María Putaré.
La recolección no sólo provee ingresos, da de comer a los hijos y paga los gastos básicos, sino que también, asegura el bienestar de la comunidad, refuerza el liderazgo y empodera a las mujeres indígenas chiquitanas.
MUJERES RECOLECTORAS
Entre el humo y el calor sofocante, mujeres y niños trabajan, se agachan, recogen y cargan, por tres horas. La cosecha se almacena temporalmente en un punto de la pampa. “Aquí nadie roba”, asegura Agustina Mancari. Luego, se dirigen a estancias ganaderas para continuar recogiendo en terrenos donde el esposo de una de ellas trabaja.
Ya en la tarde de vuelta en la comunidad, las mujeres despican las almendras utilizando palancas quebradoras. Los carozos se llevan como carbón a hornos de barro, y las valiosas semillas se entregan a Agustina Aponte, una de las tres acopiadoras locales.
En 2024, la producción ha sido mucho más baja, alcanzando hasta la fecha apenas una quinta parte de la cosecha del año anterior. A pesar de los retos tan desafiantes, la conservación de la Chiquitanía es posible. Las mujeres, como guardianas del bosque seco chiquitano, valoran los beneficios a largo plazo de preservar estos árboles, y aportan desde su esfuerzo. Al respecto, la niña Paulina Putaré cuenta que: “cada vez lo regamos para que no se sequen”.
María Putaré, una de las recolectoras más experimentadas, tiene censados árboles semilleros con un tamaño y forma perfectos. Conoce la edad de cada uno de ellos y tiene grandes expectativas para el futuro. “En tiempo de lluvia siembro, y a los tres años ya dan sus primeros frutos”, dice.
Para ella, el bosque es un bien compartido, y la comunidad tiene tanto el derecho de aprovecharlo como la responsabilidad de cuidarlo. Esto motiva a la comunidad a organizarse para proteger sus medios de subsistencia.
EL FUEGO, LA AMENAZA QUE ACORRALA
Llega el atardecer con una mala noticia, los bomberos informan que el fuego llegó a las áreas de Cusi, otra fuente sostenible de ingresos. En los días siguientes toca redoblar esfuerzos y enfrentar los incendios que cercan a la comunidad.
Durante los incendios de 2023, el fuego llegó hasta las puertas de Palmarito y este año, por la cercanía de las llamas, las comunarias temen que sus árboles de almendra sean afectados.
Hasta el 24 de septiembre de este año, según Arturo Revollo Herbas de Apoyo Para el Campesino Indígena del Oriente Boliviano (Apcob), se han quemado 598 mil hectáreas, más de la mitad de la superficie de la TCO. Por ello, nueve comunidades fueron evacuadas y el fuego, aún sin control, destruyó áreas de manejo forestal y áreas de cultivo de especies silvestres como cusi, copaibo y café, lo que afectará seriamente a las comunidades que dependen de estos recursos.
Los más afectados por la crisis climática, los incendios provocados y la acelerada expansión de la frontera agrícola son los pueblos indígenas, indica un estudio de Fundación Tierra del año 2021. Ellos cuidan sus territorios y los citadinos gozamos de las funciones ambientales y de los frutos de la Chiquitanía.
CONSERVAR EL BOSQUE: LA RESPUESTA
La solución es aprovechar la potencialidad del bosque, los frutos que este provee, que tienen alta demanda nacional e internacional. Esta cadena productiva no sólo beneficia a los exportadores, sino a un conjunto de actores y al primer eslabón: las comunidades recolectoras.
La tarea primordial es darle valor a ese cuidado, dignificar el trabajo del campesino y consumir sus productos. Palmarito de la Frontera apuesta por su comunidad. “Nosotras sabemos qué significa cuidar, sabemos que en el futuro nos dará frutos, y nos sentimos orgullosas de ser las guardianas de algo natural”, añade Victoria Yopié.
El cuidado de estas mujeres no sólo mejora la economía local, sino que protege y conserva el bosque seco chiquitano. Este trabajo asegura que la almendra chiquitana continúe siendo una fuente de sustento para futuras generaciones. En un contexto de emergencia ambiental y deforestación acelerada, su esfuerzo y dedicación se erigen como ejemplos de resistencia y adaptación en uno de los ecosistemas más vulnerables de Bolivia.