Estas casas implican una transición entre la ciudad y el campo. Son proyectos autosuficientes, porque cada edificación debe resolver cinco necesidades básicas de una familia: techo, energía, trabajo, conocimiento y alimento. En esta búsqueda, Mansilla se dedicó al análisis de las viviendas del altiplano, “porque es una región donde las características de vida son muy difíciles por la alta gradiente térmica, las condiciones extremas del ambiente, la falta de servicios; y la casa podría fungir como un método para resolver esto”. Y se centró en la arquitectura chipaya, por sus construcciones que usan adobe como material térmico y forma circular, como “método de bioclimatismo que no se opone al viento y permite ventilarlas”.Una visión holística del mundoEn lo energético, el sistema se divide en agua y energía. El agua se recicla mediante filtros que tratan las aguas de los lavaderos de ropa y el lavaplatos. Se procesa la grasa, para pasar por diferentes cámaras y desembocar en especies de macetas de plantas que tienen la propiedad de fijar la materia orgánica en sus raíces. También existe tratamiento de aguas de lluvias, cuya recolección se realiza mediante tres sedimentadores; así, el agua se filtra y va a la cisterna para ser consumida. Los baños tienen recolectores y los desechos pueden ser usados para abono.
La vivienda cuenta con un panel solar, un aerogenerador (hélice) que produce energía y un biodigestor que procesa estiércol de animales para abastecer a la casa. A la par, el abono se emplea para el invernadero de producción agrícola, regado por el agua reciclada. Y, finalmente, hay una habitación adaptada como ambiente de trabajo. Todo esto implica “una visión holística e integradora del mundo, que permita a la humanidad trascender en su relación con la naturaleza y el cosmos y con su universo interno”, dice el arquitecto que espera armar el espacio en las afueras de la urbe alteña.
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