domingo, 15 de febrero de 2015

Cambio climático, ese par de palabras

¿Es el cambio climático, verdaderamente, una preocupación que merezca el altisonante adjetivo universal? Más aún: ¿será cierto que hay, verdaderamente, un empeño universal en los líderes políticos mundiales por salvar el planeta de la crisis climática? Más todavía: ¿será verdad que los océanos y la atmósfera del planeta se calientan como nunca antes, que los volúmenes de las masas polares y glaciares retroceden —como nunca antes—, que los fenómenos climáticos extremos son cada vez más frecuentes, que todo eso se debe a las emisiones de los llamados “gases de efecto invernadero”, que esas emisiones tienen origen antropogénico (obra de los humanitos) y que provienen, fundamentalmente, de la quema de combustibles fósiles, de las emisiones industriales y de la quema de bosques? ¿O será que estamos frente a un engaño también universal urdido por unos oscuros conspiradores ecologistas, entre ellos miles de científicos y ambientalistas? Algo más: ¿sabe usted qué son, cuántos son y cuál es el efecto de los gases de efecto invernadero?, ¿tiene que saberlo?
Así como se plantean, las preguntas parecen emanar —dirá usted, lector— un cierto tufillo socarrón, y hasta quizá una atrevida dosis de cinismo. Sí, algo de eso hay, y es algo que merece una explicación. Se trata de apenas un recurso retórico que nos permita ingresar en el tema y provocar su atención, algo poco importante, sin embargo, porque —convendrá conmigo, lector— a pesar de lo mucho que se escribe, se dice y se escucha sobre el cambio climático, a pesar de tanta conferencia aquí y allá, a pesar del abrumador convencimiento de científicos y ambientalistas sobre el abismo catastrófico al que nos aproximamos como especie, ¿acaso puede afirmarse que el “ciudadano normal”, —usted y yo—, tiene plena conciencia de las dimensiones del acelerado deterioro del planeta?

Aquí, en estas líneas, a partir de lo dicho, y sin mayores pretensiones que las de un breve recuento periodístico, se abordan apenas un par de planos de la inagotable y multifacética panorámica informativa que nos propone la crisis climática; dos planos que nos sitúan en dos países, los dos “gigantes” de Europa y Latinoamérica: Alemania y Brasil. Y en ambos casos, lo que allí sucede y se hace, algo y mucho tiene que ver con lo que sucede y se hace en Bolivia. Se acoge aquí, primero, el llamado “viraje energético alemán”, no solo porque se trata de la economía más grande y del país más poblado de la Unión Europea; no solo porque hace apenas unos días estuvo en Bolivia un diputado del partido socialdemócrata alemán para hablarnos del tema, sino porque Alemania tiene previsto cerrar, en siete años más, y como parte de su viraje o transición energética, la última de sus centrales nucleares de provisión de energía (Bolivia plurinacional marcha en dirección contraria).
La noticia desde Brasil nos dice que la más grande de sus ciudades, São Paulo, se queda sin agua, y que 47 millones de brasileños (de un total de 200 millones) sufre algún tipo de restricción en el suministro. Lo que las noticias no dicen, y sí la escritora, reportera y documentalista Eliane Brum, es que “ni el cambio climático ni todos los problemas socioambientales relacionados han tenido impacto alguno en las elecciones estatales y en las presidenciales. Nada. La mayoría, incluyendo los gobernantes, no parecen percibir que la catástrofe paulista está ligada a la devastación de la Amazonia”. (La Amazonia brasileña devastada, una realidad tan próxima a Bolivia).

Klaus Barthel, el diputado socialdemócrata que visitó Bolivia, es un hombre de verbo seguro y pausado. Alemania es el país —el único en el planeta— que puede exhibir el siguiente puñado de datos y cifras: en cinco años, en 2010, la primera economía europea reducirá en un 40% las emisiones de gases de efecto invernadero; en siete años, en 2022, dejará de funcionar la última de las siete centrales nucleares de energía (de 17 que estaban activas a principios de siglo); hasta hace un año, el 25% del consumo de energía en Alemania procedía de fuentes renovables (eólica, biomasa, y solar); en 35 años, en 2050, el 80% del consumo energético alemán procederá de esas energías renovables.

Fue el año 2000, y a través de una Ley de Energías Renovables, cuando en Alemania se alcanzó el primer consenso político nacional para apagar las centrales nucleares, explicó el diputado Barthel, e incidió, con particular énfasis, en los costos del viraje en el que su país está empeñado: “Tenemos que librarnos de la idea de que la transición energética es cara, por la sencilla razón de que el sistema de energía convencional basado en el carbón y en la energía nuclear es definitivamente más caro, muy próximo al doble del costo de las energías renovables”. Hoy, en Alemania, el costo de un kilowatio / hora de energía nuclear es de 14 o 15 centavos de euro; ese mismo kilowatio/hora, provisto por energía eólica, cuesta ocho centavos de euro. Pero además, es poco frecuente en el mundo —insistió Barthel—considerar el costo integral de la energía atómica, es decir, los costos que supone el transporte y almacenamiento de la basura nuclear que produce, y los riesgos que supone: no hay en el mundo un solo depósito para esa basura radiactiva.

Volvamos a la Amazonia brasileña. La mencionada escritora Eliane Brum cita un hermoso texto, El futuro climático de la Amazonia, de Antonio Donato Nobre, un científico brasileño. La Amazonia, el gran bosque o el océano verde, tal como la nombra Nobre, cuyo papel es insustituible en la regulación del clima de Brasil y del planeta, ha sufrido, en los últimos 40 años, una deforestación de 762.979 km2: tres veces el estado de São Paulo, dos Alemanias, 184.000 estadios de fútbol... un nivel de deforestación acumulada que equivaldría a una carretera de dos kilómetros de ancho entre la Tierra y la Luna (cuya distancia es de 380.000 km). “La selva sobrevivió durante más de 50 millones de años a volcanes, glaciaciones, meteoritos”, apunta Nobre, “pero en menos de 50 años está amenazada por la acción del hombre”. El científico concluye que hay una única y principal causa para la deforestación de la Amazonía: la ignorancia.

Como puede suponerse, en el diálogo con el diputado socialdemócrata Barthel no podía faltar la pregunta sobre la decisión del gobierno boliviano de emprender la construcción de una planta de energía nuclear cuyo costo rondaría los $us 2.000 millones. Barthel comentó que si ese es el propósito del país, tarde o temprano Bolivia tendrá que responder las mismas preguntas que se hizo Alemania: ¿cuán cara es la energía atómica?, ¿vale la pena sostenerla? Y en cuanto a los $us 2.000 millones presupuestados, el diputado, discreto y cuidadoso, puso en duda que ese pudiera ser el costo de un reactor atómico.

El mundo ha sido siempre ancho y ajeno, para Bolivia, podría decir usted, con sincera amargura, estimado lector.

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