domingo, 25 de noviembre de 2012

Sécure, el río se está muriendo



Un grupo de 12 hombres indígenas yuracaré y mojeño trinitario recibió una misión en enero de este año: recorrer unos 350 kilómetros por una zona inexplorada de la Amazonía boliviana. Ninguna instantánea, ningún video ofrece indicios de la colosal proeza.

Parte de esa ruta recorrida ya la habían tomado expediciones españolas en 1616, en uno de los corretajes que encomendó la Corona para alcanzar El Dorado, ese lugar que los conquistadores, creyéndolo dueño de incalculables riquezas, buscaron afanosamente.

Documentos del Consejo de Indias de Sevilla indican que la expedición del siglo XVII contó con el apoyo de guías quechuas, descendientes de incas, expertos en las rutas que sus antepasados abrieron a través de la selva desde el norte del actual departamento de La Paz hasta el Gran Mojos, hoy territorio del Beni.

Entre la caminata que se realizó durante 20 días en 2012 y la expedición de 1616 sólo hay un punto de coincidencia: ambas atravesaron a pie una espesa selva.

La docena de hombres indígenas intentó cumplir el encargo de sus comunidades ubicadas en el norte Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS):  destruir una inmensa valla natural formada de troncos, montañas de barro y piedra y una espesa maleza que impide el paso de agua que alimenta al río Sécure.

Eusebio Moye Moco —mojeño trinitario de 43 años, con 11 hijos, nacido en la comunidad de Nueva Natividad— cuenta que la misión fracasó, pero asegura que los territorios desconocidos que recorrieron deslumbrarían a cualquier naturalista contemporáneo. Con hacha y machete “no pudimos destruir esa gigante empalizada, la que, si continúa ahí, destruirá la vida de nuestras comunidades”.

El curso del río Sécure sigue la llanura beniana. En un punto de su cuenca alta se divide en dos brazos. Uno forma el Tijamuchí y el otro conserva el nombre de Sécure. Con la gran sequía de 2005 en la región del Amazonas empezó también la agonía del Sécure. Ese año disminuyeron a niveles críticos los caudales de los ríos y cambió la vida de las comunidades indígenas del TIPNIS de la cuenca alta, las más castigadas por el cambio climático.

Eusebio Moye recuerda que, ese año, “la boca de entrada al Sécure empezó a llenarse con las troncas” que las madereras ilegales trasladaban por el río, y más tarde “las lluvias trajeron otros árboles derribados, maleza, toneladas de barro y piedra”. Todo ese material “fue trenzando una empalizada natural tan grande, que tapó la entrada al Sécure; mientras, el Tijamuchí, llevándose nuestras aguas, provoca cada año grandes inundaciones que antes no se veían”.

El Sécure tenía hasta antes de 2005 unos 20 metros de ancho y entre 5 y 7 de profundidad y bañaba con sus aguas el llano beniano. Era una carretera fluvial. Hoy, el paso de la cuenca no ocupa más de cinco metros de ancho y un niño de 12 años cruza su cauce y el agua, turbia y amarillenta, apenas le llega a las rodillas.

Ignacia Moy Tamo ha perdido no hace mucho a su pequeña hija, la última de una descendencia de 12.

La comunidad mojeño trinitario de Nueva Natividad, asentada en la cuenca central del río Sécure, a casi 200 kilómetros al sureste de Trinidad, festejó el 10 de septiembre su fiesta patronal y un día después enterró a la niña Natalí Semo Moy, de año y ocho meses, en su pequeño camposanto. Ignacia, al pie de la tumba de su hija, no tiene dudas del origen de su desgracia: “La culpa es del río”.

Natalí falleció después de tres días de una letal fiebre que viene acompañada de vómitos y diarrea. Al menos 30 niños, de los 47 que tiene la comunidad, excepto los lactantes, y casi toda la población adulta, comparten esos síntomas. Unas 20 comunidades del TIPNIS asentadas a lo largo de 500 kilómetros en la cuenca del Sécure tienen el mismo problema que Nueva Natividad.

Desde que el caudal del río disminuyó hace un lustro y el retroceso de sus bandas dio paso a enormes playas de tierra rojiza, el agua que apenas fluye es turbia y, según Ignacia Moy, “tiene mal sabor”.

“Aquí y en las comunidades del Sécure no hierven el agua que beben”, dice la maestra de Nueva Natividad, Aiza Fernández, quien trabaja 28 años con niños del ciclo primario en la zona del TIPNIS.

Fernández tiene conocimientos de primeros auxilios y, por ello mismo, es la médica de buena voluntad en la comunidad indígena. “Es verdad —explica— que el agua contaminada es la fuente de la epidemia. Las mujeres trabajan, al igual que los hombres, en los chacos, cuidan a los hijos, recolectan frutos, cazan, pescan y apenas tienen una olla para cocinar, y el agua hervida hay que almacenarla y no hay recipientes para ello”.

Fernández tiene una prueba “irrefutable”: el balde con el que recoge el agua del río está impregnado con una suerte de sarro en sus costados y un olor a cañería oxidada que no deja lugar a dudas. “Yo tomo la misma agua que la comunidad, pero la hiervo y no me enfermo”.

Gervasio Guajino Muiva tiene 60 años y dirige los servicios religiosos los domingos, los ocasionales bautizos y los “frecuentes” ritos funerarios. Es la única comunidad, en casi 150 kilómetros, que tiene una pequeña capilla.

Gervasio cree que el Sécure, “fuente de vida, es también fuente de la enfermedad” y tiene una teoría, aprendida en la experiencia de la vida, y que, entre su gente, se escucha como una revelación divina: “En las noches, cuando viene el sereno, se escucha en toda la comunidad el intenso croar de los sapos y los sapos no croan en los ríos, sino en el agua estancada”.

El nivel del río sigue descendiendo e Ignacia dice que eso es lo único bueno después de su desgracia: “Mientras el río siga bajo podré cruzar con facilidad a la otra banda, donde está el cementerio, y visitar a mi Natalí. Con ella (con su niña) los fríos del alma desaparecen”.

Santa Rosa del Sécure es una remota y pequeña comunidad yuracaré que produce, apenas para sobrevivir, arroz, maní, maíz, yuca y plátano. En los últimos tres años, el asentamiento de siete familias ha “producido”, de forma extraordinaria, “muchos hijos”, dice divertido Domingo, el hijo de 20 años del corregidor Gilberto Roca.

La máxima autoridad comunal, un septuagenario con buen sentido del humor y amplia sonrisa, ha tenido 23 hijos. Y otras familias, con cinco años de unión, tienen hasta cuatro hijos. “Los niños son la vida y el futuro de este pueblo”, sostiene Roca.

La comunidad de Santa Rosa, ubicada en la zona central del río Sécure, a 170 kilómetros al sur este de Trinidad, tenía hasta antes de la sequía de 2005 poco más de 40 familias. “Ese año se presentaron brotes de epidemias, murieron miles de peces, en las playas había animales acuáticos en descomposición, no había agua y la gente empezó a marcharse de la comunidad”, recuerda el corregidor. La mayor tragedia, sin embargo, no tardó en llegar. “Nosotros pensamos que con las lluvias el Sécure se recuperaría, pero no fue así”. El río, la vía natural de una veintena de comunidades del TIPNIS, ha dejado de ser una opción.

Además de la migración forzosa, la disminución de las aguas provocó que el transporte fluvial colapse definitivamente, se aíslen aún más las comunidades entre sí y escaseen algunos productos. Entre ellos, uno del que Santa Rosa del Sécure no puede prescindir y lo paga, cuando lo encuentra, a precio de oro: la sal.

Por falta de río, Domingo y su padre tienen que caminar con un quintal de arroz a sus espaldas, evadir al tigre y al caimán y dormir en plena selva durante tres días para llegar hasta San Lorenzo de Moxos. “Allí cambiamos el quintal de arroz por un kilo de sal y andamos otros tres días de regreso”.

La sal se usa para hacer charque (carne deshidratada y salada para su conservación) mediante una técnica ancestral que permite a los pueblos yuracaré, moxeño, trinitario y tsimane mantener por largos periodos de tiempo la carne que cazan y pescan.

El hombre tigre, mirada de fuego

El río Sécure forma parte de la cuenca hidrográfica del Amazonas, discurre íntegramente por las llanuras del Beni, tiene casi 500 kilómetros de longitud, y está en el norte del TIPNIS.

La reserva, en su doble condición de Territorio Indígena y Parque Nacional, tiene 1,2 millón de hectáreas que comparten el sur de Beni y el norte de Cochabamba.

En la zona del Sécure, donde abunda el jaguar, al que prefieren llamar “tigre”, la relación de los pueblos indígenas con el medioambiente es de un profundo respeto.

Pero en las haciendas que limitan con las comunidades indígenas, la situación es distinta. Cabito y Coquinal, vecinas de la yuracaré Villa Hermosa, han sufrido (hasta septiembre de este año) la muerte, en conjunto, de al menos 120 terneros. “Casi cada noche hay el ataque de un tigre”, lamenta el capataz de la primera de ellas, quien se hace llamar Lobo.

Y la venganza no se hace esperar. “Ya hemos matado muchos, pero igual parece que ellos también se vengan y vuelven a matar a nuestro ganado”, comenta Lobo.

José Yuco Cueva, de Villa Hermosa, asegura que los ganaderos han ahuyentado al tigre y éstos han volcado su mirada de fuego hacia las comunidades.

Villa Hermosa es, como todas las comunidades del TIPNIS, apenas un caserío cubierto de árboles y espesa vegetación, sin servicios básicos ni energía eléctrica. Un puñado de chozas de paredes de tacuara y techo de hojas de jatata, en las márgenes del río Sécure, conforman núcleos de asentamientos mojeño trinitario y yuracaré.

“Nosotros no matamos al tigre. Podemos hacerlo cuando toma agua en el río, pero no. Él también puede cazarnos en nuestras casas que no tienen puerta, y no lo hace”, dice José.

El profesor movima de La Capital, vecina de Villa Hermosa, Pedro Gualugna, cuenta una “leyenda que corre” y que explica en parte por qué las comunidades indígenas no matan al tigre. “Creen que es un hombre poderoso que se convierte en tigre, que castiga y protege a la vez”.

El tigre despierta temor y admiración, y “domina la selva, es dueño del Sécure, duerme en los árboles, cruza los ríos a nado, mata de un salto y es invisible cuando caza”. Es “el dueño de las tierras y los árboles, de los monos, del taitetú y el tapir”.

El paso cansino del río Sécure en el ardiente calor del mediodía apenas se siente en Puerto San Lorenzo. Su cauce, sin la fuerza suficiente para sostener un “casco”, nombre que en la zona se da a la canoa, no ha recibido una gota de lluvia en seis meses.

Las 48 familias que habitan el pequeño asentamiento, tres de ellas yuracarés, dependen completamente, en todos los ámbitos de su vida, de él.

Manda la tradición que, para atraer la buena suerte, hay que bañar allí al recién nacido y dejar correr en sus aguas la placenta de. Y antes de la mortaja final, “en el camino de regreso” al origen, al difunto le dan de beber un poco de esas aguas “para saciar su sed”.

Los hombres lanzan al Sécure un puñado de tierra del chaco antes de la siembra y las mujeres se refrescan en sus aguas, con esencia de flores silvestres de intenso color rojo y dulce perfume, para la buena fortuna en el amor.

En el ocaso del 20 de septiembre, en la víspera del primer día de una nueva primavera, las mujeres dejan la eterna tarea del hogar y seducidas por el imperceptible rumor del río se sumergen en su cálida corriente. Ellas, desde los cinco hasta los 40 años, se preparan para la gran fiesta de belleza nocturna y, con flores de colores, esperan recibir la buena fortuna de las aguas.

El corregidor de Puerto San Lorenzo, Jacinto Guaji, autorizó a la comunidad estudiantil de 149 alumnos, desde primero de primaria hasta sexto de secundaria, la elección de la Chichu Moperita, Moperita 2012, Reina de la Primavera y Meme Nogiore.

Puerto San Lorenzo es una de las escasas comunidades del TIPNIS cuya población estudiantil es importante y que, en virtud de ello, siente orgullo de haber promocionado a tres bachilleres en dos años.

El Club de Madres, el Consejo Indigenal, la Junta de Padres de Familia y el Club de Deportes, todos presididos por mujeres, fueron en su momento las instancias que batallaron por tener una escuela en la reserva. Por eso, las mujeres dirigentes organizaron la elección de sus reinas de belleza como un tributo que recuerda su colosal esfuerzo.

Ante el jurado, ubicado en una mesa en un ambiente abierto, a la luz amarillenta de una tenue media luna y dos bombillas de luz alimentadas con una vieja batería, las candidatas desfilan su belleza.

El público aplaude a sus favoritas. La menor de las candidatas, Alexia Guaji Moye, tiene cinco años, y la mayor, Carmen Rosa Puma Moye, cuenta 37.

A 20 metros de distancia del Sécure todas desfilan, con sus mejores galas, el cabello suelto o trenzado con cintas y la piel bronceada, al compás de una melancólica melodía tradicional.

Vestidos de colores de una pieza, anchos y sin mangas, y collares trabajados con semillas silvestres, adornan a varias de las participantes del evento de belleza.

El público aplaude a las participantes de pies descalzos y tímida sonrisa. Sólo una de ellas, la pequeña Alexia Guaji, lleva puestas unas zapatillas sin talón, de suela ligera, que generalmente en las ciudades se calza dentro de casa.

El público femenino también tiene los pies descalzos, como la gran mayoría de mujeres en el Sécure.

Linzi Teco Maleca es elegida como la Chichu Moperita; Virginia Nosa Moye, como Moperita 2012; la hermosa joven Carmen Rosa Puma Moye gana el cetro de Reina de la Primavera y Asunta Guaseve Moye, presidenta del Cabildo Indigenal, con 11 hijos, es designada como la Meme Nogiore. Asunta, la mayor de las reinas que aún conserva sus piezas dentales completas, termina la jornada de ese día como empezó: bañándose en el río. “Tengo la suerte del río desde que soy dirigente”, convence.

Pez en el agua

La dieta principal en Santo Domingo es el pescado porque en esa zona, ubicada a 60 kilómetros de San Ignacio de Moxos, la última frontera de la reserva, “el Sécure no está tan seco”, comenta su joven corregidor de 21 años, Mario Rocha Nosa.

“Aquí los cascos flotan, llevan, cargan, trasladan personas y el río nos da abundante pescado”, sonríe.

Los yuracaré de Santo Domingo son expertos pescadores. Los atrapan con redes y trampas, flechas y lanzas, y hasta con sus propias manos en intrépidas zambullidas. Los peces de esta parte del río son tan grandes como una persona adulta.

Serpientes, anfibios y mamíferos —como el bufeo o delfín rosado amazónico—son también parte de este mundo acuático. El bufeo suele medir hasta 2,8 metros de largo y puede llegar a pesar 200 kilos. Sin embargo, las catástrofes naturales relacionadas con el cambio climático, expresadas en fuertes períodos de sequía, se constituyen en factores que amenazan al animal que acaba de ser incluido en la lista del patrimonio natural del país.

Al descender el nivel de los ríos, se forman lagunas y canales aislados donde los cetáceos, principalmente los más jóvenes, quedan atrapados y mueren.

El delfín de agua dulce no tiene depredadores naturales, aunque indígenas de la etnia yuracaré aseguran que durante las épocas secas, cuando el caudal de los ríos baja, los animales son presas fáciles para el caimán y hasta para el jaguar.

“Nosotros no lo comemos, no sé por qué, pero no lo comemos. Dicen que una vez salvó a una mujer que se ahogaba y que la empujo a la orilla”, cuenta Rocha dándose él mismo la respuesta.

Las comunidades del Sécure no pescan, pues, deliberadamente al bufeo, excepto cuando alguno queda atrapado en sus redes, que es cuando aprovechan su grasa para ayudarse a combatir, se argumenta, males respiratorios.

Han caído las primeras lluvias, impetuosas y de poca duración. El río, sin embargo, no recupera su intensidad, su vigor.

Sandra Maleca Tamo, una joven dirigente yuracaré de la comunidad 3 de Mayo, cree que el Sécure escucha las penas del alma, pero prevé que pronto dejará de fluir por su cauce y que ya nadie oirá la queja triste de los pueblos indígenas, acompañada siempre de llanto y aflicción, según expresa sus temores.

“Y cada vez hay menos agua y más penas”, añade Maleca, quien asegura que ni las prolongadas lluvias del pasado han logrado cambiarlo y hoy “sólo agoniza un poco cada día”.

El “Sécure seco”, como lo llaman con frecuencia en el norte del TIPNIS, ya ha convertido en despojos a prósperas comunidades, cuyas chozas de madera y techo de hojas secas afloran en la espesa maleza como una extensión natural de ellas, vegetando bajo el ardiente sol, las torrenciales lluvias o la intensa humedad.

Las comunidades de la zona supieron durante milenios mantener una relación armoniosa y productiva con el río y su supervivencia depende exclusivamente de él y de lo que les provee.

La selva, que no perdona, ha tomado paulatinamente las bandas del Sécure y fuertes árboles crecen ya en su lecho.


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